jueves, 15 de septiembre de 2011

LA MUESTRA “COLÓN Y LOS OLVIDADOS”, DE JESÚS ARENCIBIA, DESEMBARCA EN LAS SALAS CONSISTORIALES DE TELDE

Telde, 15 de septiembre de 2011 | Cultura - Pintura | Gabinete de Prensa.

El día 16 de septiembre será inaugurada en las Salas de Exposiciones de las Casas Consistoriales de Telde la muestra de pintura ‘Colón y los olvidados’, del pintor Jesús Arencibia (1911-1993). La exposición, que permanecerá abierta hasta el próximo 6 de octubre (de lunes a viernes, de 08:00 a 15:00 horas, salvo festivos), forma parte de la iniciativa ‘Diálogo desde las artes’, circuito itinerante por los municipios de la Isla impulsado por la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico y Cultural del Cabildo grancanario, que dirige Larry Álvarez.

La exposición centra su mirada en ‘Colón y los Olvidados’ (1992), última serie del artista compuesta por más de 80 retratos imaginados y realizada con motivo de la celebración del V Centenario del Primer Viaje Colombino que cruzó el Atlántico. No obstante, incluye dos excepciones que ayudan a percibir la evolución plástica del autor: el Pescador (1954) y Trento (1969).

‘Colón y los olvidados’ fue donada por el propio Arencibia a la Casa de Colón, en Las Palmas de Gran Canaria. Personajes cotidianos, amigos y la propia mirada le sirvieron para poner rostro a aquellos seres anónimos que, acompañando a Colón en 1492, expandieron las fronteras del mundo conocido.

El pintor puso así nombre y rostro a cada uno de los que hicieron posible la travesía, desde el más bajo del escalafón al propio almirante. Para el pintor todos eran iguales, todos eran imprescindibles, todos realizaron una función a bordo y, sobre todo, todos fueron los olvidados (de ahí el nombre de la serie) que hicieron posible uno de los viajes más importantes en la historia de la humanidad.

DE TAMARACEITE AL NUEVO MUNDO

Jesús Arencibia nace en 1911 en la localidad grancanaria de Tamaraceite, en el seno de una familia acomodada que favoreció sus inquietudes artísticas. Su primera obra con una cierta solidez plástica se remonta a los inicios de 1930, momento en el ingresa en la Escuela de Artes Decorativas Luján Pérez. En estos inicios su pintura aparece claramente influenciada por el mundo impresionista de Nicolás Massieu y Matos, lo cual no pasa desapercibido en sus paisajes de Tamaraceite. En ellos la luz es atrapada con pinceladas cortas y matéricas, desdibujadas en aras de una fusión de conjunto. Se perciben las formas del lenguaje impresionista en la carga del color que hace desvanecer el dibujo, el detalle se pierde en favor de la emoción, la percepción del instante.

La búsqueda de un lenguaje propio habrá igualmente que vincularla al entorno de otros artistas del momento, como Felo Monzón o Plácido Fleitas, y a sus acuarelas de 1933, pobladas de personajes rurales, donde destacan sus mujeres con mantilla. Se trata de actores inermes, de rasgos pronunciados y representación esquemática, sobre fondos apenas insinuados de paisajes inexistentes. Los personajes se nos muestran hieráticos e inexpresivos en un entorno que denota hostilidad, con un sabor agridulce acentuado por encuadres forzados que cercenan los primeros planos.

En 1937 entra en el Ejército y es destinado a la Península. Ello supondrá un punto de inflexión en su incipiente obra, dado que le permite entrar en contacto con pintura de Zurbarán y el Barroco extremeño, que le impresionarán profundamente.

En 1941 recibe una beca del Cabildo de Gran Canaria para cursar estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En este período, entra en contacto con la pintura mural y al fresco, técnica a la que quedará vinculado en más de una docena de proyectos, como la decoración del Salón de Sesiones del Cabildo de Gran Canaria, el Hotel Fataga y numerosas iglesias, entre ellas la de su localidad, Tamaraceite.

De la década de 1950 hasta su fallecimiento en 1993, Arencibia continúa su evolución plástica. En los inicios de esta etapa su dibujo es sólido, con colores planos que prefiguran personajes estilizados en forzadas posturas. Posteriormente, hacia la década de 1970, su obra queda más marcada por el color, no tanto por la variedad cromática cuanto por el uso del mismo como vehículo expresivo. Su paleta se torna dura, triste inundada por los colores violáceos, los azules aplomados de gris, los pardos, tierras y negros. Su pincelada se amplía y contrasta, vaciándose de materia y dejando a veces el lienzo descarnado. Todo ello confiere a estas obras un acentuado tono dramático nada complaciente, como podemos comprobar en su última gran serie, ‘Colón y los olvidados’.

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