miércoles, 23 de junio de 2010

José Saramago, un ejemplo de conciencia ética y social.

Telde, 23 de junio de 2010 | Opinión |Almudena Vaquero Oller.

El pasado 18 de junio sentí un gran pesar al enterarme del fallecimiento de José Saramago. Una persona que representaba un ejemplo de honradez con un ideario social y progresista que se hacía visible en sus manifestaciones y charlas con gran claridad de ideas.

Un luchador desde la infancia, hijo de una modesta familia campesina, hasta sus últimos días en los que a pesar de sufrir la terrible enfermedad de la leucemia crónica no había abandonado la escritura.

Entre sus ideales, fuertemente marcados por su origen humilde, se reconocen muchos aspectos que de tan maravillosos algunos han tildado de utópicos para subrayar una forma de ver el mundo con confianza en el ser humano, en las personas con capacidad de cambiar sin resignarse.

A través de sus fábulas de carácter social tenía la habilidad para retratar la realidad con extrema honradez, con el habla de los campesinos y de la gente corriente, pero también con la poética que solo un hombre de letras ampliamente cultivado podía imprimir a cada una de sus obras.

Hay una imagen de Saramago que quedará en mi memoria, la del chico de 12 años que no puede continuar sus estudios por la falta de recursos económicos de su familia y que se recluye en la biblioteca pública de su barrio para poco a poco ir desgranando una tras otras todas las obras allí almacenadas. Una imagen inspiradora que nos puede ayudar a comprender mejor la importancia de las letras, de la lectura, de la cultura al alcance de todos y todas.

La Academia Sueca le concedió el Nobel de Literatura en 1998 por “Ensayo sobre la ceguera” destacando su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. Y es que estos fueron los grandes instrumentos que utilizó Saramago para hacernos llegar su mensaje, un ideario basado en la conciencia ética y en el sentido social del cual teñía sus fábulas utópicas de dimensión moral.

En sus novelas nos habló sobre las condiciones de vida de los trabajadores, sobre la religión desde el punto de vista de un ateo declarado, del sueño utópico de una Iberia Unida que navegaba sin rumbo como una gran “balsa de piedra”.

José Saramago era más que el único escritor portugués que ganó el Premio Nobel, era un escritor nuestro, de todos aquellos y aquellas que vivimos en España y Portugal, en “balsas de piedra” en la península o en las islas.

Él, desde 1991, tenía residencia en nuestra querida y mágica isla de Lanzarote, después de que la sonada polémica suscitada por la publicación de “El evangelio según Jesucristo” le hiciera buscar refugio y autoexilio fuera de las fronteras portuguesas, para más adelante reconciliarse con su país natal y compartir desde entonces para siempre morada en ambos lugares, que para él no debían ser más que una extensión el uno del otro.

Sus cenizas se repartirán, de igual forma, entre Lanzarote y Azinhaga, su aldea natal, al igual que su recuerdo quedará para siempre repartido en los corazones de todos sus lectores pasados, actuales y venideros que más allá de compartir o no su ideario sepan apreciar la existencia de hombres y mujeres con sueños, coherencia, y ganas de mejorar el mundo en el que viven.

Afortunadamente José Saramago será siempre inmortal a través de su legado y cuando le echemos de menos tan sólo tendremos que acercarnos a alguna de las bibliotecas públicas de Telde y abrir cualquiera de sus escritos.
(*) Concejala de Cultura, Juventud e Igualdad de Oportunidades y Derechos de la Mujer de Telde.

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