Si alguna ventaja tenía Rubalcaba respecto a su rival Carmen Chacón es que parecía decidido a superar el zapaterismo, que ha supuesto en los ocho últimos años una forma de hacer política que tenía poco que ver con la seriedad, el rigor y la consistencia de la tradición socialdemócrata. Pero uno de las sorpresas del congreso del PSOE fue que Rubalcaba ha heredado, al menos en la cuestión del laicismo, una posición parecida a la de su predecesor. El nuevo secretario general ha llegado a su cargo defendiendo la denuncia de los Acuerdos Iglesia-Estado. Sabe que eso no tendría sentido. El estaba en el Gobierno que acordó con la Iglesia un sistema de financiación plenamente autónomo.
Pero lo que le importa es explotar la pulsión anticlerical. Durante los últimos años, en el seno del PSOE unos pocos militantes han defendido que el hecho religioso, la fe católica en su caso, es un factor que puede enriquecer la vida democrática, pero sus aportaciones se han despreciado. Es más fácil dejar que domine cierta inercia y pereza y volver a hablar de los privilegios inexistentes de la Iglesia –ahora lo están haciendo con los ayuntamientos y el IBI-. Falta, por desgracia, el coraje intelectual para preguntarse si la izquierda no tiene pendiente un diálogo auténtico y honesto con la experiencia cristiana.
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