Las Palmas de Gran Canaria, 10 de septiembre de 2012 / Sociedad - Religión / ASSOPRESS - Agustín Ortega Cabrera (*)
La declaración universal de los Derechos Humanos (DDHH) realizada en 1.948 por Naciones Unidas, aunque siempre mejorable y renovable, es tan actual y permanente. Ya que es el sueño y las aspiraciones más hondas de la humanidad. Los DDHH reflejan este ideal y utopía (camino y proyecto soñado) de la familia humana en la promoción de la vida y de la esencial dignidad de las personas, de los trascendentales valores y sentimientos como la libertad, la justicia y la paz. Los DDHH pisoteados una y otra vez en la realidad histórica. Pero la sensibilidad y el compromiso por el reconocimiento de esta vida y dignidad de las personas, con sus derechos y deberes fundamentales: guía con su luz la historia de la humanidad, en este camino de búsqueda de la justicia, la fraternidad y, en definitiva, de la felicidad.
Y es que en la historia de la cultura y del pensamiento se ha comprendido que la vida y dignidad de las personas con sus constitutivas dimensiones, necesidades y capacidades es inherente y constitutiva de lo que es el ser humano. Es lo que se dio a llamar la ley (o derecho) natural, que más allá de diversas compresiones o significados, lo que expresaba realmente era esta convicción de la entraña o identidad de la persona, lo que ella realmente es: vida-digna, libre y justa, vida física-corpórea con razón-conciencia y sentimientos, vida personal y cultural, ética y social, económica y política…Es decir, expresaba una antropología básica e integral, una comprensión de la persona compartida y universal en sus diversas e inter-relacionadas dimensiones y aspectos. Sin la cual, no se entiende lo que es el ser humano como tal, como pone de manifiesto hoy la filosofía y las ciencias sociales.
En especial, desde la fe cristiana, esos genios de la filosofía y del pensamiento en general que fueron Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca, Francisco Suárez, etc.: fueron los auténticos precursores y promotores de lo que más tarde se conocería como los DDHH; ellos son raíz del verdadero humanismo y personalismo cristiano. No olvidemos, en este sentido, que la comprensión de la persona en la historia del pensamiento y la cultura se realiza, básicamente, desde la fe cristiana. Ya que otras cosmovisiones, como la filosofía greco-romana, no conocieron ni supieron desarrollar adecuadamente el significado y sentido de persona, tal como la comprendemos hoy. De ahí que estos genios y pensadores, la fe cristiana en general- cimentada en la sabiduría del pueblo humilde y sencillo-, con esta compresión antropológica y ética, nacida del Evangelio de Jesús, pudo especialmente promover la dignidad y derechos de las víctimas y los pobres (empobrecidos, oprimidos y excluidos).
Efectivamente, así lo hizo en la edad antigua. Donde el cristianismo naciente y más tarde las primeras formas de vida religiosa, como la monástica, promovieron educativa y socialmente a los pobres, la justicia social, la libertad y la paz. Frente al tiránico sistema de esclavitud, tal como se encarnaba paradigmáticamente en el imperio romano. Esta la causa, primordial, por la que el cristianismo naciente se expandió tan rápida e intensamente. El “mirad como aman”, el testimonio de amor y justicia con los pobres, incluso hasta el martirio: fue la semilla del auge de la fe cristiana, que enamoraba a las gentes al ver tanta humanidad, solidaridad y compromiso por la justicia y la paz. Así se expresa ejemplarmente en la vida y mensaje, en particular en su enseñanza social, de los conocidos como padres de la iglesia, como J. Crisóstomo Ambrosio o Agustín, la esplendorosa época patrística en los comienzos de la fe.
Nos Situamos ahora en el paso de la edad media, en el transito del régimen feudal y el florecimiento de la vida en las ciudades. Con las aspiraciones de libertad, igualdad y fraternidad de los llamados “comunes”, el pueblo humilde y sencillo de los campos y de estas nacientes urbes, y su reflejo en los movimientos espirituales de la época. Sobre todo, la aparición de la vida religiosa mendicante (trinitarios, dominicos y franciscanos) con sus testimonios como Juan de Mata, Domingo de Guzmán y Francisco de Asís. Todo ello genera un movimiento de vida fraterna y solidaria, justa y liberadora que va transformando la sociedad y que, a posteriori, acabaría derribando al despótico sistema feudal de vasallaje y los humillantes privilegios de la aristocracia y nobleza. Estamos ya en el paso del antiguo régimen al nuevo, en la edad moderna, con las diversas revoluciones que se producirían. Y que acabarían proclamando los conocidos como DDHH de primera generación. Aquellos derechos (asociados a las libertades) civiles y publicas o políticas. Como por ejemplo el derecho a la asociación, reunión o al voto, aunque no fueran todavía universales, para todas las personas.
En esta época moderna se hace necesario subrayar la aportación de la ya mencionada Escuela de Salamanca con F. de Vitoria, D. de Soto y, después, F. Suárez. Unidos a la naciente y ejemplar iglesia en America, con franciscanos, dominicos y, a posteriori, jesuitas, con un grupo fecundo de obispos como por ejemplo Toribio, Quiroga y Bartolomé de las Casa. Todos ellos, subrayamos, son la piedra angular de los conocidos hoy como DDHH. Ya que promovieron y defendieron la vida y dignidad de las poblaciones nativas, en el recién encontrado Continente Americano. Frente a la opresiones, injusticias y explotación a que se verían sometidos estos nativos, Vitoria, Suárez, Las Casas y compañía: promovieron los derechos económicos y sociales (bienes y recursos), los religiosos y culturales (libertad de costumbres y creencias) o los políticos (gestión y gobierno) que tenían estos pueblos de America y África. Frente al imperialismo español y portugués, estos genios espirituales y humanistas, siguiendo la tradición cristiana con Santo Tomás a la cabeza, promovieron una antropología y ética social, solidaria e integral. Ellos fueron artífices y defensores de los llamados derechos de gentes o de los pueblos, unas relaciones sociales, políticas e internaciones liberadoras basadas en la justicia y en el bien común, en la paz y la fraternidad con los pobres.
Y así, avanzada la edad moderna, nos encontramos que estos ideales humanistas y espirituales de fraternidad, igualdad y libertad van siendo traicionados por el auge del estrato social conocido como la burguesía, primero comercial y después industrial. Con la generación de la perversa ideología burguesa del liberalismo económico, el inhumano e inmoral capitalismo. Efectivamente, como conocemos más que de sobra, esta burguesía y su sistema capitalista ejercen en esta época la opresión y explotación sobre los trabajadore/as. Los obrero/as son sumergidos en unas condiciones laborales, sociales y políticas indignas y deshumanizadoras. Estamos ya en el nacimiento del conocido como movimiento obrero, en cuya génesis es decisiva la inspiración la fe cristiana, sin la cual no se entiende adecuadamente dicho movimiento. Una fe cristiana-católica enraizada en sus renovadas congregaciones religiosas, con testimonios de la talla de Vicente de Paul, Alfonso M. de Ligorio o José de Calasanz, y a posteriori, con testigos como el obispo Kettler y F. Ozanam, con Cardijn y su JOC, Mounier y el personalismo, S. Weil y L. Milani o Rovirosa, Malagón y la HOAC en España. Todos estos testimonios y testigos de la fe, en el camino que lleva de la edad moderna a la contemporánea, junto al movimiento obrero, social y el pensamiento o cultura: contribuyeron a una antropología renovada; con un amor a la cultura desde la fraternidad liberadora y el compromiso social, en una ética de la solidaridad y la justicia universal con los pobres; y promovieron, en este sentido, los conocidos como DDHH de segunda generación. Aquellos derechos sociales como la educación y la sanidad, un trabajo decente con sus derechos laborales, seguridad social, etc., esto es, lo que hoy se denomina el estado de bienestar o, mejor dicho, el estado social de derecho-s.
Pero ya entrado el siglo XX, además de los totalitarismos, la llamada cuestión social se mundializa, la injusticia del capitalismo se globaliza aun más. Y aparece así la realidad del tercer mundo, por mejor decir, el abismo de desigualdad e injusticia Norte enriquecido-Sur empobrecido. Con las renovadas iglesias de este Sur, singularmente en America Latina, con sus comunidades de bases y testimonios de obispos como H. Cámara o P. E. Arns, constelaciones de mártires como Mons. Romero y R. Grande, L Espinal, J. Gerardi y E. Angelelli, I. Ellacuría, I. Martín-Baró y el resto de compañeros jesuitas mártires de la UCA, etc. Algunos de ellos, como por ejemplo Ellacuría y Martín-Baró, fueron también pensadores muy significativos, al igual que otros como Freire, Dussel o Scannone. Todo este caudal de la fe, que se entrelaza sinérgicamente con la renovación de la fe y la teología en el siglo XX- tal como se expresó paradigmáticamente en el Concilio Vaticano II y en la conocida como doctrina social de la iglesia-, junto con otros movimientos sociales, dio como resultado un pensamiento y cultura en una praxis solidaria por la justicia liberadora con los pobres.
Efectivamente, todos estos testigos y testimonios de la fe, junto a otros que se podría citar, en las coordenadas de la primavera conciliar del Vaticano II, como Juan XXIII, Pablo VI o P. Arrupe: promovieron los conocidos como DDHH de tercera generación; aquellos derechos internacionales de los pueblos y países, como son un desarrollo solidario, sostenible e integral o el derecho a la paz. De todo cual, en la actualidad, se hace eco los nuevos movimientos sociales, como los reunidos en los foros sociales mundiales o el de los indignados. Con sus propuestas de otro mundo posible, una globalización de la solidaridad, la justicia y la ecología, frente a la del capital, la guerra y la destrucción medioambiental. Una democracia real, más participativa, solidaria y social, con dignidad y derechos, frente la crisis actual provocada por la idolatría del mercado, beneficio y especulación de la banca-finanzas, y con la complicidad y corrupción de determinados poderes políticos. Aquí cabe hacer mención a reivindicaciones de los conocidos como DDHH de cuarta generación, ligados a la identidad cultural o humana. Tales como la interculturalidad o los movimientos femeninos impulsados por las mujeres, que ciertamente inter-pelan a la fe.
Después de este recorrido por el significado e historia de los DDHH, como se observa, vemos toda la fecundidad que tiene para el mundo y la fe: esta cultura, historia y legado de la solidaridad y la justicia, que son los DDHH, siempre actuales y por renovar. Es la memoria de la humanidad por la vida y dignidad, por la justicia y libertad frente a todos los imperialismos históricos como fueron el romano y el feudal, como son el neo-liberalismo/capitalismo y el colectivismo estatalista-stalinista o los diversos fascismos. Los DDHH son nuestro anhelo y felicidad, el sueño de Dios en Jesús.
Agustin Ortega Cabrera (*) ASSOPRESS
Profesor del Instituto Superior de Teología
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