La Consejería de Cultura del Cabildo Insular de La Palma, inaugura a partir del 6 y hasta el 29 de marzo en la Casa Palacio Salazar la exposición de fotografía del autor palmero Manuel Rodríguez Quintero(1897-1971). La muestra hace, a través de unas 100 fotografías, una retrospectiva por la cultura y la sociedad palmera del siglo XX.
María Victoria Hernández ha destacado que “esta exposición es un homenaje a la grandiosidad del trabajo y arte de Rodríguez Quintero, quien formará parte de la historia de la imagen de la isla de La Palma. En esta ocasión la exposición que en un primer momento fue expuesta en el Museo Arqueológico Benahorita Mab, se han ampliado en unas 20 fotos más para esta muestra. La colección fotográfica forma parte de los fondos familiares que ha sido cedida al Cabildo para su reproducción y goce de todos los palmeros”.
“En mi opinión, son un tesoro que forma parte del patrimonio cultural de La Palma, y para esta ocasión, la biznieta y arqueóloga Nuria Álvarez Rodríguez ha escrito el siguiente texto”.
Manuel Rodríguez Quintero, conocido también como El Cernícalo, nació en la calle San Sebastián (Santa Cruz de La Palma) el 17 de agosto de 1897. Hijo de Manuel Rodríguez Rosa († 2-5-1931) y de Rosario Quintero Pérez († 15-8-1925), ambos naturales de la capital palmera, fue el segundo de cuatro hermanos. Su padre se inició profesionalmente como zapatero hasta que años más tarde centró su dedicación en la fotografía; a la economía familiar también contribuiría su madre con trabajos de costura. Según testimonio de sus hijos, Manuel Rodríguez fue «un niño muy travieso y aventurero», lo que le llevó desde la tierna edad a compaginar su educación escolar con el oficio fotográfico paterno. En torno a los 15 años decidió enrolarse en un barco con destino a Cuba, donde permaneció aproximadamente durante una década, en la que perfeccionó el arte de la imagen.
A su regreso volvió al hogar paterno, dedicado a la fotografía, hasta que pudo independizarse en torno a 1923; hacia este año alquiló una vivienda en la calle Cantillo de Los Llanos de Aridane y en ella estableció su primer estudio independiente. Por aquel entonces, Quintero ostentaba el carnet de «fotógrafo ambulante».
Con el tiempo, conoció a la mujer que iba a ser su esposa, Juana Castro Ramos, también natural de Santa Cruz de La Palma; aunque a esta relación se opusieron por los padres de ella, la pareja se casó y en torno a 1924 fijó su residencia en El Cantillo, en la misma casa en la que vivió el poeta y cronista oficial de Llanos de Aridane Pedro Hernández y Hernández. Allí nacieron dos de sus seis hijos.
Poco a poco, Rodríguez Quintero fue ganándose la simpatía del pueblo aridanense gracias a sus cualidades como fotógrafo, especialmente por su técnica y por su pasión por el retrato de paisajes. De su prestigio de entonces da cuenta el hecho de que en 1927 la prensa se sirviera de sus instantáneas para mostrar la inauguración del Hospital Infanta María Teresa llanense.
Con los años, Quintero cambió su residencia y estudio a la calle del Medio, donde abrió también un negocio de venta de diversos artículos: desde víveres a betún, pasando por discos y un largo etcétera. A este domicilio siguieron con el tiempo otros dos: una vivienda en la calle La Salud, donde nacieron otros dos hijos, y una última en la calle La Carrilla, en la que tuvo su estudio y en la que nacieron sus dos últimos hijos.
En su taller de La Carrilla Rodríguez Quintero retrató a una buena parte de las familias aridanenses. En el anecdotario registrado por sus hijos se recuerda aún su aversión a fotografiar difuntos, una costumbre común todavía a principios del siglo xx, o el hecho de que la fotografía no diera suficiente dinero para subsistir: en una época en la que el arte de la imagen congelada dependía de la luz solar, en los inviernos, por ejemplo, el trabajo escaseaba.
Ello propició que «El Cernícalo» compaginara la fotografía con un segundo empleo como vigilante del Cabildo en el Puerto de Tazacorte, encargándose de controlar la salida y entrada de los buques y del tráfico de camiones que transportaban maderas para la exportación.
A los 47 años decidió dedicarse plenamente a la fotografía de paisaje, delegando las responsabilidades del estudio a sus familiares más directos. Herederos de su trabajo fueron sus hijos Ángeles (Nana) y Juan León (Lonque) Rodríguez Castro. La Caldera, Los Sauces y sobre todo Las Breñas fueron los lugares que más frecuentó. En este sentido, fueron famosas sus instantáneas del volcán de San Juan o sus excursiones junto con el arqueólogo Luis Diego Cuscoy, con quien entabló gran amistad. Entre ellas merece destacarse asimismo la del escritor y periodista Luis Felipe Gómez Wangüemert, quien en un artículo publicado el 16 de mayo de 1936 en el periódico El Tiempo, se refiere a unas fotografías remitidas a Cuba por Quintero.
Hombre de vasta cultura, le gustaba leer libros de Historia; su pasión por el mundo griego le llevó a nombrar su estudio Foto Helénica; buen calígrafo, como ponen de manifiesto las muestras conservadas de su puño y letra, de su faceta como escritor se conocen varios textos, además de varios artículos como corresponsal de algunas cabeceras; entre ellas, sobresale Diario de Avisos, en el que publicó sus impresiones del Parque Nacional de La Caldera de Taburiente. Como amante de la pintura, presentó su producción en las fiestas de La Patrona de 1948, que no tenía por costumbre vender ni regalar.
Por la edición de Diario de Avisos de 25 de marzo de 1957, sabemos que Quintero obtuvo el sexto premio de fotografía del concurso organizado en Barcelona por Cine y Fotografía de Fernández-Rajal; el decano sostiene: «El Sr. Rodríguez Quintero, que posee un prestigio profesional bien cimentado y que ha sido premiado anteriormente en diferentes concursos y exposiciones, está recibiendo muchas felicitaciones a las que unimos la nuestra más sincera».
El nombre de Manuel Rodríguez Quintero traspasó la frontera insular gracias a su emblemática instantánea de la isla non trubada, un acontecimiento sobrenatural acaecido el 10 de agosto de 1958 que ha mantenido perenne el recuerdo de don Manuel en la memoria de nuestros mayores de Los Llanos de Aridane y Tazacorte. El periódico madrileño ABC publica entonces un artículo de Luis Diego Cuscoy en el que se comenta la fotografía de la mítica isla de San Borondón. Años más tarde, el 5 de marzo de 1966, en la misma cabecera vuelve a ver la luz otro trabajo sobre la isla ballena. Su hija mayor rememora con detalle este hecho, pues fue ella la encargada de revelar la imagen; en primera línea había un muro de piedras sueltas de color negro y en el fondo, entre la neblina, se veían el mar y la isla; como el contraste entre el negro de las piedras y el blanco del océano impedía ver con nitidez San Borondón, tuvo que usar complicadas técnicas de revelado, adquiridas de su padre, que lograron resaltar la figura.
Su primer premio en un concurso fotográfico organizado en Barcelona fue resaltado por las planas deDiario de Avisos, que el 17 de abril de 1967 publica la noticia: «Con satisfacción leemos en la prensa de la Ciudad Condal, que en un reciente concurso de fotografías artísticas que la institución Fotografías y Cine ha organizado, ha correspondido el Primer Premio a nuestro estimado colaborador Manuel Rodríguez Quintero establecido en Los Llanos de Aridane».
Al curriculum de galardones de Quintero han de sumarse también un segundo premio en una exposición del Hogar Canario de Madrid, el primero en una muestra no identificada de Las Palmas de Gran Canaria, así como varios premios en exposiciones fotográficas de Santa Cruz de La Palma.
En febrero de 1971, a los 74 años de edad, Manuel Rodríguez Quintero fallece de un infarto en su casa, arropado por su familia. Sus restos descansan en el Cementerio de Tazacorte, pueblo que tanto retrató.
El apodo El Cernícalo le llega a Manuel Rodríguez Quintero por su padre, el también profesional de la fotografía Manuel Rodríguez Rosa. En su juventud, jugaba con sus amigos a saltar desde un muro declarando qué animal creía ser. Cuando le llegó su turno, el joven Manuel gritó: —Soy un cernícalo. Llevaba puesta una chaqueta marrón que al saltar se abrió por efecto del aire, logrando así el parecido con la rapaz. A partir de entonces la familia recibió el sobrenombre de Los Cernícalos, apodo que Manuel Rodríguez Quintero lució con mucho orgullo. Prueba de ello es que en su edición de 18 de agosto de 1964 escribiera en Diario de Avisos: «¡Quién fuera cernícalo, no porque ambicione ser cazador, sino por poder hacer fotos aéreas e ir de un sitio para otro sin pagar pasaje!».
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