Málaga (Andalucía), 27 de julio de 2014 / Cartas al Director / Isabel Caparrós Martínez
Mi querido amigo Alfonso; esta mañana tu hijo, Ildefonso, nos ha llamado para decirnos que acababas de fallecer. Teníamos pendiente conversaciones como las que antaño, tras conocernos en el lugar adonde nos lleva la impotencia, la soledad y ese gran dolor que solo conocemos los padres que tenemos una hija que padece de esquizofrenia, mantuvimos. En vuestra casa o en la nuestra apostábamos por luchar con ese amor que caracteriza el amor por un hijo. Que desborda nuestro ser y es más grande que nuestra propia vida. Pero no sólo con eso, sino con la seguridad de que habríamos de conseguir que las instituciones públicas fueran tan sensibles como presumieron ser al cerrar los psiquiátricos y ofrecer a los enfermos mentales vivir en la comunidad, como los demás ciudadanos, pero también contando con el acceso razonable a todos los recursos que, con tanto acierto, contempla la Reforma Psiquiátrica de Andalucía y con el cual no contamos ni siquiera hoy.
Pero hoy, la protagonista no es la esquizofrenia. Es nuestra amistad. Lo es porque es auténtica y profunda. Surgió del dolor y del amor y ambos unen hasta lo más profundo del alma y por la eternidad. Porque estoy segura, querido y admirado amigo que, todas las charlas pendiente que nos han quedado las vamos a tener, con más sosiego, en ella, en la eternidad. Y como lo nuestro fue siempre ser protectores del bienestar de nuestras hijas enfermas, en especial, y nos prestamos a hacerlo con el corazón y todas nuestras fuerzas con la ilusión de conseguir cosas positivas para nuestras hijas y para las demás personas que padecen la enfermedad y sus familias, seguro que hablaremos con quien competa para que nos deje, desde allí, seguir trabajando para ayudarles.
Sin duda hoy habríamos convenido en que las personas más cuerdas son nuestros enfermos. Ellos siguen las pautas que doña esquizofrenia manda y tratan de compaginarlas con los puntos de apoyo diseñados por el sistema y, cuando se agobian, pues se desahogan con nosotros, con quiénes sino. Son esos puntos cual aquellos que sirven para dibujar una línea que divide las aguas territoriales en exteriores e interiores. En nuestro caso estaríamos de acuerdo en que la línea se utiliza a discrecionalidad, lógicamente, de quien tiene el poder. Nosotros sólo tenemos la paternidad, nuestra desgracia, nuestra impotencia, nuestra caducidad, nuestra soledad.
Amigo, no te siento ausente. Ni te sentiré nunca. Cada día, en cualquier recodo de su recorrido, seguro que nos encontramos. Me hablarás y te hablaré. Y ten por seguro que serás, siempre, un buen ejemplo y referente para mí y mi familia.
Estoy segura de que has sido confortado ya con el abrazo, hermoso y auténtico del Señor y de que, en ese mundo de Luz y Armonía, habrán desaparecido tus dolores y tus penas. ¡Que Dios te bendiga y descanses, eternamente, en Paz!
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