Girona (Cataluña - España), 20 de noviembre de 2015 / Cartas al Director / Jesús Domingo Martínez
Hoy reflexionaremos sobre el tema de las promesas que hacemos a los niños. No me refiero a esas pequeñas promesas que hacemos habitualmente para que se porten bien o se esfuercen en el colegio, sino más bien la promesa contenida en el hecho de traerles a la vida. Esta promesa de acogida, cuidado, cercanía, atención concreta, se puede resumir en una palabra: Amor. A los chicos les prometemos amor. Una promesa de amor, en definitiva, que hemos aprendido de nuestros padres antes incluso de ser conscientes y que, con una actitud inerme y confiada todo niño espera que le sea correspondida íntegramente. Si esto no sucede, se les hiere profundamente. Por eso, Jesús en el Evangelio nos alerta de que Dios i sus ángeles velan sobre esta responsabilidad.
El niño recibe de su familia, con su nombre y con las primeras palabras y sonrisas y caricias, la belleza de estar con los demás, aprendiendo a ser libre y aceptar a los otros. En el bautismo la Iglesia a través de los padres y la comunidad se une a estas promesas. Desde el momento que el niño es capaz de sentirse amado por sí mismo, siente que hay un Dios que lo ama. Su espontánea confianza en Dios nunca debe ser vulnerada, sobre todo con nuestra presunción de sustituir al Señor.
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