Girona (Cataluña - España), 18 de enero de 2016 / Cartas al Director / Jesús Domingo Martínez
En el cristiano la prudencia supone en primer lugar las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. De esta manera la “memoria del ser” que es la base del obrar moral (sindéresis) se perfecciona con la anámnesis (memoria de Dios y de su obrar misericordioso), y se favorece la correspondencia del cristiano.
Las tres virtudes teologales son en el cristiano la manifestación de su unión con Cristo en pensamiento, afectos y obras. Y su conciencia le lleva a percibir que la propia acción ha de ir en la línea de un vivir y de un obrar “por Cristo, con Él y en Él”, para la gloria de Dios Padre en el amor del Espíritu Santo.
En segundo lugar la prudencia cristiana (en parte infusa y en parte adquirida) lleva a integrar todas las acciones en orden al fin último: la unión con ese Ser que nos ha creado por amor, y respecto del cual toda nuestra existencia es una vocación que pide una respuesta de amor. Este buscar el fin último no consiste en unirse a Dios en general o en abstracto, sino en hacerlo a través de Cristo, y, por tanto, de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
Dicho brevemente: la prudencia de un cristiano se resuelve en su búsqueda de la santidad con todas las consecuencias. Es decir, el buscar el amor de Dios y los demás en todos los momentos y acciones de la existencia, aquí y ahora, por los caminos y con los medios de la realidad concreta que se tiene delante.
Una consecuencia de esto es que la teología cristiana tiene una esencial dimensión práctica u operativa. La contemplación de Dios conduce a amarle con obras, también en todos aquellos que Él ama y en toda la realidad que nos rodea, puesto que ha salido de Dios y a Él se encamina.