Málaga (Andalucía - España), 25 de septiembre de 2016 / Artículo de Opinión / Jorge Hernández Mollar (Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga)
Sr. Director:
La concatenación de dos noticias aparecidas en un diario malagueño, significativamente interrelacionadas, me han sugerido hacer una reflexión sobre lo que creo que es uno de los problemas más graves de nuestra sociedad actual.
"Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Se pregunta una anciana de 82 años ingresada en una residencia en una carta desgarradora en la que se lamenta de su soledad ante el abandono de gran parte de su prolija familia.
Al mismo tiempo Málaga, junto a Shanghái y Dallas, compiten por un gran laboratorio de investigación genética para conseguir un aumento de la esperanza de vida de la población y un retraso del envejecimiento.
Esta contradicción encuentra su origen en la evolución de la natalidad que está abocando a nuestras sociedades a unas tensiones demográficas muy preocupantes en ámbitos tan significativos como son el crecimiento económico, las relaciones laborales, la inmigración, la sostenibilidad del sistema de protección social o la propia estabilidad familiar e incluso personal.
El Gobierno chino abandonó hace aproximadamente un año, la llamada “política del hijo único”, impuesta hace 36 años con métodos agresivos como las sanciones económicas, el aborto o la esterilización que produjeron un gran desequilibrio demográfico. El fin de esa política ha terminado ampliando la “prohibición” a dos hijos para así incitar a un crecimiento de la población aunque limitado.
“China se hará vieja antes de hacerse rica. Lo que ahora amenaza impedir el crecimiento económico no es el exceso de población, sino la escasez de población en edad laboral” dice Ben chu en un artículo para The independent. Lo cierto es que, aunque con timidez, este gigante parece haberse dado cuenta de que sacrificar el crecimiento vegetativo de la población desde el Estado, le hacía decrecer en su desarrollo.
La Unión Europea y especialmente España, sin haber estado sometida a una planificación similar a la de China, su tasa de fecundidad es muy similar e incluso más baja. En la UE ocho países están por debajo de 1,4 hijos por mujer que es la tasa china a pesar de las restricciones. Alemania España y Portugal están en 1,38; 1,32 y 1,28 hijos respectivamente, según el informe Word Population Prospects de la ONU.
En el mundo occidental, si bien no se ha impuesto una planificación familiar con la dureza que se estableció en China, si existen una barreras menos visibles que sutilmente levantan los gobiernos. La incitación a los controles de la natalidad; la liberalización del aborto; la implantación de lo que eufemísticamente se llama nuevos modelos de familia; la explotación salarial o las trabas y dificultades existentes para conciliar vida familiar y laboral hacen de la natalidad un fin poco atractivo y seductor para la población juvenil o en edad procreadora.
En una sociedad que tiene en alta estima la familia como es la nuestra, sin embargo su evolución va en dirección contraria a su fortalecimiento. El profesor de Demografía Jan Latten, de la Oficina de Estadística Central de los Países Bajos afirma que se ha producido una “informalización del matrimonio”, se le equipara a otras formas de convivencia e incluso se modifica su denominación con el llamado “matrimonio homosexual”.
Cuestionada la institución y el compromiso formal del matrimonio, el nacimiento de un hijo ya no se contempla como un fin del mismo. La natalidad se convierte en muchas ocasiones, en una opción individualista en función de consideraciones económicas, de un deseo circunstancial o de un aplazamiento a tiempo determinado.
Sin embargo en algunos países europeos como en Francia o en Suecia sus gobiernos llevan años promoviendo medidas para incentivar la natalidad a través de subsidios económicos, reducción de impuestos o guarderías subvencionadas que parecen estar dando su fruto. Lo cierto y verdad es que aunque estas medidas gubernamentales sean eficaces, siguen sin ser suficientes para levantar esas barreras invisibles, tal vez más relacionadas con los valores e ideas.
El reciente Sínodo sobre la Familia ha dado un serio toque de atención sobre este problema: “también el declive demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y fomentada por las políticas mundiales de salud reproductiva, no solo determina una situación en la que no se asegura ya la sucesión de las generaciones, sino que amenaza con conducir con el paso del tiempo a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el porvenir”
Conviene pues que no desoigamos el lamento de esa anciana que se quejaba amargamente del abandono filial y que comprendamos que solo desde el crecimiento y calor de una familia sólida y estable se puede concitar la esperanza de una vida futura sin temor a la deprimente soledad de sus componentes.