SP das Viñas (A Coruña), 12 de agosto de 2014 / Cartas al Director / Suso do Madrid
Hace apenas dos meses los obispos de Irak se disponían a celebrar un importante Sínodo que debía sentar las bases para la reconstrucción de la Iglesia, animando a los exiliados a regresar a casa. Hoy la bandera yihadista ondea sobre el arzobispado de Mosul, lugar donde, desde los inicios del cristianismo, no había faltado hasta hoy presencia cristiana. Antes de 2003, el número de cristianos en Irak era de casi un millón y medio de personas. Hoy se habla de peligro de extinción. El que puede, huye. En determinadas zonas quedarse es exponerse a morir crucificado, mientras Occidente (denuncia el Patriarca de Bagdad) mira hacia otro lado. Pero es de vital importancia llamar la atención sobre la persecución contra los cristianos en Irak o Siria. No es sólo una cuestión elemental de defensa de los derechos humanos. Los cristianos han sido históricamente un factor esencial para la convivencia. A menudo se les encuentra mediando en las disputas entre kurdos, chiítas y sunitas, y son los grandes defensores de un Estado capaz de integrar a las distintas comunidades desde el respeto a las minorías.
La comunidad internacional no debe resignarse a la partición del país, lo que originaría un baño de sangre, sino extremar la presión para un embargo efectivo de armas y para forzar a las distintas facciones a acordar un marco de convivencia en el que quepan todos los ciudadanos.