Malaga, 7 de abril de 2010 |Opinión | Juan Jesús Bermúdez
El “Oxford institute for energy studies”, entidad británica especializada, entre otros aspectos, en la dinámica de los precios del petróleo, dada su importancia para la economía global, ha analizado la cotización del barril de crudo entre los años 2002 y 2008, con el objetivo de vislumbrar el comportamiento del mismo en el futuro.
Nos recuerda el Instituto que ese periodo vivió un incremento acusado del precio del petróleo, hasta alcanzar un límite absoluto de 147 dólares el barril, que culminó en un sensacional colapso, de forma paralela a la huida financiera y el reconocimiento bursátil de la crisis crediticia.
A partir del hundimiento del año 2008, el precio del petróleo ha vuelto a doblarse, pasando de algo menos de cuarenta dólares a la cifra del entorno de los ochenta, en el primer trimestre del año 2010. Obviamente, en el factor de su conformación juegan una serie innumerable de factores, entre ellos los relacionados con el valor del dólar y el propio futuro de la economía norteamericana, algo que, además, está dejando tras sí oscilaciones bruscas en su cotización, generando inquietud creciente, lo que es visto como un lastre para cualquier actividad económica que precise evaluar e incorporar los costes del combustible en su cuenta de inversiones o resultados; esto es, prácticamente todas.
Sin embargo, el debate principal sobre el futuro del precio del petróleo es lo que el Instituto llama “expectativas del mercado” tanto del lado de la oferta – nuevos recursos petroleros – como de la demanda, sobre todo en la economía estadounidense y europea occidental, con el añadido de la incorporación de países emergentes que cada vez importan más en la cesta mundial de compradores: frente a quienes piensan, de forma simplificadora, que el factor dominante de formación reciente de los precios alcistas del crudo ha sido meramente especulativo, el organismo estima que los indudables fenómenos de “atracción de capital financiero” en los últimos años, en torno al precio del crudo, están interrelacionados con la percepción creciente de un “mercado físico de escasez” de oferta; este fenómeno fue detectado por los mercados cuando los precios crecientes del crudo no atrajeron nueva y sustancial producción, sobre todo a partir del año 2005, desatando la atracción de nuevos inversores especulativos.
El Instituto considera que la mayor claridad en la información sobre las reservas energéticas aclararía el panorama de los precios en los próximos tiempos. Pero aquí nos topamos, como reconoce el propio organismo, con otra gran incertidumbre (que a su vez alimenta la citada volatilidad) sobre la capacidad de los países productores de atender, con bombeos crecientes, una sostenida recuperación económica a nivel global. Los inversores conocen, hoy por hoy, la existencia de múltiples informes de instancias cada vez más oficiales que advierten de las tasas de declive de un número significativo de productores; sospechan igualmente de la falta de capacidad de la OPEP para compensar en el medio plazo, y al ritmo demandado previo a la crisis, esos declives citados; temen que el reciente decrecimiento en inversiones sobre nuevas exploraciones repercuta de forma negativa en la disposición de nueva oferta inmediata; conocen que numerosos países están habilitando reservas estratégicas propias. Y, sobre todo, tienen conocimiento, porque éste ya es global, de que se ha anunciado el “fin del petróleo barato”, sin ubicar aún el nuevo techo, si lo hubiere, apropiado para un “petróleo más caro”.
Estas perspectivas son radicalmente diferentes a las que forjaron la mismísima expansión en esta última fase de crecimiento económico que culminó hace un bienio. Durante décadas, desde los años 70, el petróleo se vino cotizando a un precio barato y más o menos estable, con oscilaciones pequeñas, reflejando la suficiencia del crecimiento de la oferta para atender la demanda, y sin que los consumidores sintieran en su bolsillo de forma significativa su importe. Hoy no son las amenazas de embargos las que alteran espasmódicamente la cotización del barril, sino la creciente falta de confianza en que la recuperación venga de la mano de un crudo – esencial en el Mundo globalizado - a precios anteriores a la crisis, algo que, a la postre, puede cuestionar el vigor de los ansiados brotes verdes. Parece claro que la “nueva economía” que surja de las cenizas del impacto crediticio tendrá que convivir con un combustible más caro, fenómeno sin duda de gran trascendencia para nuestro futuro socioeconómico.
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