jueves, 31 de diciembre de 2015

Formas de la imprudencia.


Para ser prudente se requiere primero la “memoria del ser”, o la “metafísica de la persona moral”, es decir, tener en cuenta quién es uno y por qué desea una cosa u otra.

Sant Feliu de Guíxols (Girona), 31 de diciembre de 2015 / Artículo de Prensa / Pedro García 

Solamente por esto el egoísta, el que mira por sus intereses y no por los demás ya es imprudente. También el que no es dócil, porque no se deja decir algo, es imprudente, pues se opone al conocimiento de la realidad. También se puede ser imprudente por impremeditacion (falta de suficiente reflexión) o inconstancia. En cambio el que tiene la virtud de la solercia (capacidad de circunspección o de sopesar la realidad de que se trate) es el que puede vencer las tentaciones de injusticia, cobardía o intemperancia.

En segundo lugar, se puede ser imprudente por fallo del momento operativo (la decisión). Así puede suceder por inseguridad, que puede ser culpable si es resultado de un centrarse en sí mismo sin mirar a Dios ni a los demás. Esta mirada a Dios y a los que nos rodean es lo que enriquece la esperanza y la experiencia, y permite darnos el mínimo de certeza (no puede existir una certeza total sobre el futuro) para decidirnos a actuar.

También se puede fallar en la decisión por simple omisión o negligencia, y ésta a su vez porpereza o cobardía; y en general por falta de madurez en el “imperio”. Este no ser capaces de tomar una decisión dice Santo Tomás que con frecuencia está unido a la lujuria.

Asimismo se puede ser imprudente por la “prudencia de la carne” (cf. Rm, 8,7). Es decir, la visión materialista de la vida. Esto puede llevar a la astucia: actuar o no por mera táctica o intriga, actitud opuesta a la verdad, a la caridad, a la rectitud del espíritu y a la magnanimidad, y proclive a la mezquindad (falta de nobleza o tacañería) y a la pusilanimidad (ánimo pequeño o falta de valor para emprender lo grande o tolerar las contrariedades).

En el fondo de todo esto, dice Tomás de Aquino, suele estar la avaricia, el aferrarse al instinto de conservación (de ahí la acepción popular de “prudencia” como un abstenerse de actuar por miedo al riesgo).

La razón de que todas estas actitudes se opongan a la prudencia es porque ésta se ocupa no solo de los fines sino también de los medios en el actuar. “La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1835).

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