Málaga, 23 de marzo de 2010 | Opinión | José Vicente cobo
Estimado lector, quizás haya leído algun artículo nuestro y le resulte desacostumbrada nuestra postura crítica con las iglesias instituciones. Pero sepa que los cristianos originarios no estamos en contra de lo católico o de lo luterano, tampoco de cualquier otra iglesia institucional. Toda persona puede creer lo que quiera y cada iglesia institucional puede reclutar fieles, tantos como quiera. Lo que sin embargo es mezquino y falto de principios es comprimir a Jesús, el Cristo, el Redentor de todos los hombres y almas, el gran Maestro de la libertad que enseñó a los seres humanos la ley de los Cielos, en moldes como doctrinas teológicas y cultos paganos, en una mezcolanza de doctrinas, paganismo, tergiversaciones de las escrituras distribuidas como Biblia y que son catalogadas como la palabra de Dios absoluta, y vender a las personas todo eso como enseñanza cristiana, como palabra de Dios manifestada.
Sin escrúpulos se acumularon riquezas a paletadas durante siglos, sin retroceder ante delitos de toda clase. Hechos que el afamado crítico de la Iglesia y escritor alemán Karlheinz Deschner resume con las siguientes palabras: “Después de ocuparme intensamente de la historia del cristianismo, no conozco en la Edad Antigua, en la Edad Media ni en la Edad Moderna, incluyendo de forma especial el siglo XX, ninguna organización del mundo que se haya cargado de crímenes durante tanto tiempo, de forma tan prolongada y terrible como la Iglesia cristiana, especialmente la Iglesia católica romana”.
En las cruzadas se hicieron ricos botines; se expropió a familias pudientes, cuyos miembros fueron llevados a la hoguera en calidad de herejes o brujas; se falsificaron títulos de propiedad, se recaudó despiadadamente el diezmo; se heredaron injustamente propiedades de aquellos que agonizaban asustados por un Más allá infernal y un largo etcétera. Abusando del nombre de Cristo se han acumulado fortunas que con el tiempo se han elevado a miles de millones y hoy día han sido trasformadas en propiedades, tierras y grandes inversiones. Operaciones que generan intereses que aumentan las fortunas del aparato de poder eclesiástico.
Aunque si usted en su perplejidad intenta justificar, como excusa, que las iglesias hacen muchas cosas buenas, debería saber que la Iglesia es ahorrativa con su exorbitante fortuna, es decir, evita hacer gastos. Esto significa que en realidad hacen pagar al Estado, o sea, al contribuyente y además sin consultarle. Una persona que intente investigar al respecto tendrá dificultades para encontrar algo que el Estado no pague para la Iglesia con una participación del 70, 80 ó 90%. Por ejemplo en parvularios, escuelas, hospitales, residencias para mayores, sueldos de obispos y curas, clases y profesores de religión, formación de teólogos, curas castrenses, programas y cadenas de radio y televisión, sin olvidar la ingente exención de impuestos de que gozan.
De esta forma el decir que la Iglesia hace muchas cosas buenas, carece de conexión con la realidad puesto que en muchos países europeos, la Iglesia gasta en fines públicos y sociales entre el 8 y el 10% de sus ingresos obtenidos directamente de los impuestos de los contribuyentes, lo que significa que las obras buenas que la Iglesia se atribuye, las paga el pueblo.
Nuestra crítica no va dirigida a las personas que de buena voluntad han hecho lo que creían mejor, y podemos comprender el dolor y la decepción de quienes hayan creído que cumpliendo fielmente lo que la sociedad católica y el papa dice, estarían siguiendo a Cristo. Estimado lector, no podemos más que animar a los amantes del Nazareno a no dudar de Su enseñanza. ÉL vive en nuestros corazones y nunca nos ha abandonado y para ello nunca se han necesitado ni instituciones, intermediarios o templos de piedra. Quien se dirige a Él directamente y de corazón sincero recibe Su fuerza y ayuda. Pero eso sí, ha llegado la hora de decir la verdad y de rehabilitar a Jesus de Nazaret y al Sermón de la Montaña, como la enseñanza excelsa que contiene las soluciones a todos nuestros problemas actuales. Porque al contrario de lo que afirman las instituciones, el Sermón de la Montaña se puede vivir, y realizarlo es hoy mas necesario que nunca.
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