Málaga, 14 de junio de 2010 |Opinión | Jose Vicente Cobo Roman.
Con motivo del Día mundial del Donante de Órganos, Sanidad dio a conocer los datos del consejo de Europa sobre las donaciones registradas entre 2005 y 2008 en los países de la UE, de lo que se desprende que se registró un total de 34.454 donaciones, de las cuales 6.182 se realizaron en España, lo que es igual a un 18%. Esto significa que casi uno de cada cinco donantes europeos es español o vive en España. Sin embargo el Ministerio de Sanidad alerta de que a pesar de lo “generosos” que somos los españoles, es insuficiente para cubrir todas las necesidades. (Agencia Efe. Madrid 1 de Junio)
La mayoría de españoles se enorgullecen de nuestra capacidad solidaria, cuando lo cierto es que tenemos demasiado poca información al respecto. Sin ir más lejos habría que decir que en un trasplante, algo más que un órgano llega al receptor, de esto informa la escritora Renate Greinert en su libro “Donación de órganos: ¡Nunca más!”, donde detalla exhaustivamente algunas experiencias vividas por personas que ante la dolorosa situación de tener un familiar moribundo, consintieron que sus órganos les fueran extraídos con el fin de ser posteriormente trasplantados. Las iglesias, también algunos políticos declaran que la donación de órganos es un acto de amor al prójimo, ¿Quizás habría que preguntarle sin son ellos mismos donantes?
Pero ¿qué es lo que sucede cuando alguien recibe un órgano ajeno? De esto se habla poco, aunque se sabe que el sistema inmunológico de un trasplantado rechazará el órgano de por vida, lo que debería ser un indicio de que la naturaleza no había previsto esto que la medicina moderna fomenta. Además las personas trasplantadas son más propensas a infecciones como el SIDA o herpes, generando con mayor rapidez enfermedades tumorales. Por lo que la calidad de vida con que estas personas soñaron puede quedar en entredicho. Si el cuerpo no puede “expulsar” el órgano extraño debido al tratamiento, este se queda forzadamente dentro y ha de ser asimilado de alguna forma. Los doctores Paul Pursal (Universidad de Hawai) y Linda Russek (Universidad de Arizona) han recopilado numerosos y sorprendentes informes de personas receptoras de trasplantes, demostrando que no sólo se quita un órgano a alguien y se pone en otro lugar, sino que al parecer algo personal del donante va acompañando al órgano, lo que se manifiesta a lo largo de la vida del receptor. ¿No tendrá entonces el receptor una “calidad de vida” influenciada por las informaciones, que el donante ha registrado en cada célula del órgano transplantado?
Ciertamente poco se sabe de las circunstancias en que un órgano es quitado, llevado y trasplantado y muy poco se sabe de lo que es la muerte cerebral y hasta donde llega la legislación al respecto. Bien, la persona declarada legalmente muerta es llevada al quirófano, recibe una anestesia general y se procede a la extracción de sus órganos, los que son trasportados rápidamente para que el receptor pueda recibirlos vivos. Pero ¿cuándo se considera que una persona está muerta? cuando se ha producido la supuesta muerte cerebral, pero qué pasaría entonces si su corazón sigue latiendo y su circulación sanguínea funcionando, y se produjera una curación imprevista o “milagrosa” del ya “legalmente muerto”. Cuando se lleva a cabo una explantación no se está tratando con un muerto, sino con un legalmente muerto y el hecho de que los médicos comprueben un encefalograma plano durante más 30 minutos, unido a los otros requisitos legales, no es óbice para que en el futuro se descubra que el legalmente muerto igual estaba vivo.
Antes, una persona estaba muerta cuando dejaba de respirar, cuando perdía el pulso o quizás cuando aparecía el rigor mortis, entonces se le dejaba descansar en paz. Hoy no sabemos mucho más. Sin embargo para el proceso de explantación esto no sirve de nada, pues los órganos han de estar vivos, surgiendo el dilema de si es ético que se desmiembre a una persona que tan solo esta declarada legalmente muerta, pero qué pasaría si no fuera así. En EE.UU. muchos médicos de renombre cuestionan la consideración actual de muerte cerebral. El premio Nóbel Sir John Eckels, un famoso experto en investigaciones cerebrales es un convencido detractor de esta afirmación, pues se ha comprobado que durante la explantación al supuesto muerto de pronto le sube la tensión o se agita, lo que significa que existe un sistema celular vivo. Con todo esto ¿se debería seguir afirmando tal como hace la Iglesia, que los trasplantes son un acto de amor al prójimo? Usted mismo estimado lector puede darse la repuesta.
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