Las Palmas de GC, 10 de junio de 2010 | Opinión |Juan Francisco Artiles Carreño.
Observo con tristeza que cada vez más es mayor el número de personas que afirman abiertamente que “pasan de política”, “que no entiende eso”, que, en definitiva, la política, “no va con ellos”.
Ante esta tajante certificación del descrédito que tiene la política para los ciudadanos, me he puesto a analizar desde mi parcela y mi humilde disciplina en qué medida el lenguaje usado por los políticos puede incidir en ello. Y compruebo que, en numerosas ocasiones, la política, ciertamente padece de un extraño fenómeno de fabulación de la realidad.
Me explico, cuando a un alumno oye o lee por primera vez poesía y escucha o lee “que sus labios son de rubí” hay que explicarle cuidadosamente el proceso metafórico, es decir el poeta, utiliza el término rubí, un material precioso muy valioso y de color rojo, no sólo para compararlos con los labios de la amada sino para ensalzar la belleza de éstos.
De igual forma, el político se apropia del carácter simbólico y metafórico del lenguaje para exaltar su propio hacer en términos abstractos y obtuso, y, en lugar de hablar de hechos y de acciones cotidianas en un lenguaje llano y comprensible a los ciudadanos, utiliza términos herméticos o ambiguos como por ejemplo, “Regulación de Empleo”, “concurso de acreedores” “criterio financiero” “ruido mediático” “crecimiento negativo”.
Este rebuscamiento en el lenguaje, el uso de una terminología economicista o financiera utilizada frecuentemente en política y luego divulgada por los medios de comunicación (nunca se sabrá cuál fue primero si el huevo o la gallina) contrariamente a lo que se desea conseguir, a saber, dar prestigio los políticos, ha conseguido todo lo contrario.
Y aunque, es aún muy frecuente encontrar por nuestras tierras políticos de la talla de Carmen Guerra, que frecuentemente le dan patadas a nuestro diccionario con frases como “Ni siquiera subido sobre de esa silla nos va a dar usted lecciones de corrupción”, lo normal, es que todos caigan en el uso continuado de expresiones y palabras tecno-políticas, empeñados en que, de esta manera legitimizan una profesión que ya debería estarlo por sí mima.
Este fenómeno, que llamaré “metáfora de la política” este mal uso de las continuas metáforas, pero también de elipsis, circunloquios, eufemismos y demás recursos extraídos de la retórica literaria, es usado por los políticos torticeramente con la finalidad de hablar sin decir nada o lo que es aún peor, para decir lo mismo con alambicadas palabras, y que, inevitablemente han provocado no sólo confusión en los ciudadanos sino también, un alejamiento paulatino de ella, vaciándola de contenido y mostrándola como el arte de decir una cosa a través de otra.
¿Pero por qué ese afán de complicar la comunicación con el ciudadano? Responder esto daría como mínimo para otro artículo. Sería quizá más pertinente preguntar ¿Por qué hemos sucumbido al embeleso de las metáforas, al canto de sirenas que no dicen nada? Y entonces deberíamos retrotraernos a la admiración que sentimos por la palabra bien dicha, el arrobo y admiración que produce toda palabra nueva; pero también a la errónea concepción, aún vigente en nuestros días y sobre todo en nuestra sociedad tan escasa de educación, de asociar “el hablar oscuramente” como símbolo de un nivel cultural y, por lo tanto, de una clase determinada.
Así, podemos oír comentarios en la calle sobre que tal o cual político tienen “labia” como sinónimo de “inteligencia”, cuando en realidad, lo que frecuentemente hace es esconder las verdaderas acciones o intenciones por medio de un lenguaje tecnócrata y endogámico.
Este mal uso del lenguaje esconde en su fuero interno mucho de exclusión social, de falta de empatía, de incapacidad para acercarse al oyente, olvidando, en definitiva que, la función principal del lenguaje es la comunicativa; esto es, informar acerca de algo de manera adecuada y adaptada al oyente.
La mala aplicación de lenguaje por parte de los políticos es lo que ha llevado a muchos de nuestros conciudadanos, no aptos para rebuscamientos lingüísticos, a apartarse de ella, porque no la entienden, porque no va con ellos, porque, en definitiva, se aleja del hombre común y corriente; olvidando, el político, que inteligencia es precisamente saber adaptarse al nivel de comprensión del oyente y no sólo en momentos electorales en la plaza de un pueblo.
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