Barcelona, 9 de junio de 2010 | Cartas al Director |María Ferraz.
El malestar psíquico-conductual de los niños concebidos por reproducción asistida se fundamenta en estudios cada vez más rigurosos, como el de Elizabeth Marquardt del Institute for American Values (N.Y). Concluyen que la felicidad del hijo no sólo depende del “sentirse querido” sino que su estabilidad psicosomática se trunca al desconocer su origen biológico, con el consiguiente conflicto de identidad y sensación de pérdida. Algunos “In Vitro”, cuando son adultos, lamentan que la aportación paterna (donante anónimo o no de semen) ocurriera en una habitación fría con una revista pornográfica, y a cambio de dinero, y que habitualmente, esos donantes se desentendieran de sus hijos engendrados, que ya crecidos, los buscaban ansiosos para conocerles. Sus problemas psíquicos tienen su origen, a diferencia de los niños adoptados que sienten gratitud hacia quienes los acogen, en que los padre/s madre/s que cuidan de ellos los concibieron a través de una intervención quirúrgica, -ni siquiera como fruto de una relación no afectiva-, condenada al anonimato, egoísta y con final pactado. El derecho “a un hijo” de los adultos solteros, estériles, homo o heterosexuales, o a abandonarlo con o sin divorcio, no puede prevalecer sobre el bienestar del niño, porque antes o después su dolor tomará venganza, también contra toda una cultura cobarde que calla ante demasiados atropellos.
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