Olot (Girona), 14 de septiembre de 2010|Cartas al Director|J. D. Mez Madrid.
“La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico”, ha explicado Benedicto XVI. Misericordia “es el nombre mismo de Dios” y la única “fuente de auténtica paz en el mundo”, que no nace de la virtud de los hombres, sino de que Dios está dispuesto a perdonar una y otra vez las peores ofensas y a renovar ese amor sin medida testimoniado por Cristo en la Cruz.
Durante 20 siglos este convencimiento ha propiciado abundantes frutos de civilización, gracias a la certeza que ha dado al hombre la fe, de que el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra. Pero incluso el no creyente debe admitir que las utopías ateas han fracasado en su intento de sustituir la esperanza cristiana, generando además grandes violencias.
La Iglesia sostiene que incluso quienes han cometido el mayor mal no deben desesperar de la misericordia divina, lo que no impide la condena de sus actos y su castigo por parte de la justicia humana. El perdón que Dios ofrece a través de la Iglesia no tiene nada que ver con la impunidad. Ésta se identifica más bien con quienes pretenden usurpar el lugar de Dios, y justifican cualquier acto en nombre de sus objetivos de poder. El perdón cristiano exige conversión. Y si esa conversión es posible, es por la certeza de que el mal ha sido vencido.
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