Málaga, 17 de enero de 2011 | Opinión | Jose Vicente Cobo Roman.
«Los animales también son humanos», así decía recientemente un titular del prestigioso periódico alemán DIE ZEIT. En un artículo en defensa del vegetarianismo la redactora Iris Radisch planteaba una pregunta revolucionaria: «¿Nos está permitido en realidad matar animales?» y la respuesta se encontraba en el mismo titular: « ¡Acabemos con ello!», escrito sobre una fotografía donde se veían dos filetes sangrantes.
Iris escribía: «La pregunta decisiva de si nos está permitido matar animales para comernos sus cadáveres, la hemos contestado desde hace milenios. Tal vez no con la cabeza en base al intelecto, pero sí con los dientes, puesto que el devorador de animales se encuentra en la parte vencedora de la evolución y es el rey de la cadena alimenticia». ¿Pero cómo se comporta este rey en la cúspide de dicha cadena alimentaria, con un actitud de reyes? Francamente no, pues a sus súbditos, los animales, no sólo se les cría de la manera más brutal, también se les caza, pesca, mata y devora. También se les quita la base del sustento de su vida, haciendo que la madre Tierra que es la que regala vida, se colapse.
¿Pero es realmente tan dificil dar una respuesta en base al entendimiento o desde el corazón? Dios, el Eterno dijo a través de Moisés de forma inequívoca « ¡No matarás!» y Jesús de Nazaret del mismo modo incuestionable: «Lo que hagáis a la más pequeña de mis criaturas eso me haceis a Mí» y los más pequeños son también los animales y las plantas. Éste es el mandamiento de la vida, no importa cómo se vea desde el punto de vista del hombre moderno, cuya actual maquinaria de matanza es menos visible pero más sangrienta que en el pasado.
Iris Radisch cuestiona en su trabajo la autoridad que el hombre se ha adjudicado para disponer de la vida de los animales eogistamente para su único beneficio: “El hombre goza del derecho a la invulnerabilidad física, sin embargo el derecho que les concedemos a los animales consiste en que sean despedazados y extirpados por un perno de metal que les parte el cráneo, anestesiados o colgados cabeza abajo de un gancho, o pasados por un baño eléctrico. La desigualdad salta a la vista, a pesar de que los seres humanos acostumbrados a criar animales para luego comerselos, lo ve todo muy normal , ¿pero qué pasaría si simplemente nos hubiésemos equivocado y que lo que desde hace milenios se considera normal, sea una monstruosa injusticia?“
Sí, esto es posible. Los motivos que aducimos y hacemos valer para justificar la flagrante desigualdad de derechos entre el hombre y el animal tienen realmente muy poco fundamento, actuamos ante los animales movidos por la constumbre y sin conciencia real del dolor que causamos a otros seres que sienten el dolor y la alegria de la misma forma que nosotros. Cuánta arrogancia nos inunda para pensar y creer que unas diferencias mínimas en el código genético nos autorizan a poder comernos a nuestros parientes cercanos, la vaca, el cerdo, las aves y las ovejas sin escrupulos.
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