Autor: Gustavo Vidal Manzanarez
Segundo artículo
Madrid, 10 de Febrero de 2011 | Opinión | Gustavo Vidal Manzanarez.
La semana pasada publiqué una columna sobre el latiguillo de Paracuellos , empuñado por la caverna a la hora de minimizar el nubarrón de odio, muerte y lágrimas que encharcó España durante décadas.
Sin negar, edulcorar o, mucho menos, justificar aquellas matanzas, intentaba describir lo que no es más que una maniobra indigna de la derecha para diluir largas noches de terror y duelo.
Sin negar, edulcorar o, mucho menos, justificar aquellas matanzas, intentaba describir lo que no es más que una maniobra indigna de la derecha para diluir largas noches de terror y duelo.
Así, explicaba cómo aquellas matanzas—que nadie debe justificar—ocurrieron al inicio de la guerra y no respondían a una estrategia del Gobierno republicano, sino a acciones descontroladas cocidas en el hervidero de odio y pánico que necesariamente bulle en una ciudad bombardeada por aviones nazis y sitiada por un ejército de asesinos profesionales (muchos de ellos marroquíes).
De hecho, el Gobierno de la República ni tan siquiera se encontraba ya en la capital y tanto el general Miaja—defensor de Madrid—como el heroico Melchor Rodríguez se opusieron a aquellas “sacas” e impartieron órdenes concluyentes para sajar aquellos desafueros.
Conviene proclamar que Melchor Rodríguez no solo impartiría aquellas órdenes inequívocas, sino que para abortar nuevas “sacas”, inflamado de valor y grandeza se enfrentó a muchedumbres armadas y enardecidas. Aún no consigo explicarme cómo no fue tiroteado por aquellas hordas.
Pero su testimonio de heroísmo no solo le hizo ganarse el apodo de “el ángel rojo”, sino que altos cargos del franquismo testificarían a su favor durante los aquelarres con forma de juicio que siguieron a la Guerra Civil. Desde aquí rindo el testimonio más encendido y emocionado de gloria y honor a todos los Melchor Rodríguez, pertenezcan al bando que pertenezcan, profesen las ideas que profesen, abracen los colores que abracen…
Ciertamente, computar los horrores de la guerra, de uno y otro bando, excede las posibilidades de este artículo. Pero nunca hemos de olvidar que tras la contienda no se abrió un periodo de reconciliación… miles de hombres y mujeres eran conducidos a cárceles, centros de torturas o improvisados mataderos donde eran asesinados. Se mataba fría y sistemáticamente. Los crímenes formaban parte de una estrategia gélidamente pergeñada desde las alturas del nuevo Régimen.
Y ya no era el acaloramiento de las pasiones desatadas. Era un genocidio frío, calculado, medido. Hasta el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de la Italia fascista y yerno de Mussolini, referiría con horror las matanzas de los “nacionales”. Y Ciano no contaba los que eran “sacados” de sus casas, de los campos de concentración y de las cárceles por energúmenos de impolutas camisas azules para ser ejecutados sin juicio durante aquellos años de horror.
Entiendo que al igual que los alemanes condenan sin paliativos las matanzas nazis, debería ser la propia derecha española la que condenara con energía aquellos crímenes fríos, metódicos, indignos de la raza humana.
Sin embargo, salvo encomiables excepciones, lo habitual es que se revuelvan con el latiguillo: “¿Y Paracuellos… qué?” Mucho me temo, por consiguiente, que hasta los herederos de los nazis son infinitamente más dignos que los herederos del franquismo.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor. Para ver el artículo original publicado en el periódico digital El Plural, Entrar en http://www.elplural.com/opinion/detail.php?id=55517
Para poder conocer el primer artículo sobre el mismo tema, y ver los videos que tratan del asunto, entrar en:http://www.telefonica.net/web2/bentayga56/1072.htm
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