jueves, 31 de marzo de 2011

ARMAS, COCHES Y LIBRE COMERCIO, LOS TRES MODOS DE DESTRUIRNOS

Barcelona, 31 de marzo de 2011 | Opinión | Xavier Aparici Gisbert (*).

Conjeturar a partir de un suceso concreto –o de un número limitado de acontecimientos similares- una característica, una regla o una ley, es un modo de inferencia que se denomina “inducción”. Llevar lo particular a lo general es algo que, desde el alba de los tiempos, infinidad de especies animales –incluidas las humanoides- han estado haciendo para sobrevivir en un entorno en constante movimiento y modificación.

Así, en la naturaleza salvaje, a partir de unas cuantas experiencias y aprendiendo por ensayo-error (a menudo, a vida o muerte), se obtienen un sinfín de enseñanzas fundamentales en torno a lo que es nutritivo, indigesto, saludable, pernicioso, seguro, peligroso, vivificante o letal. Por ello, la inducción se encuentra inscrita en nuestro cerebro como fenómeno natural de interpretación del mundo y forma parte de lo que, ambiguamente, denominamos nuestro sentido común.

Estos imprescindibles conocimientos, desde que los humanos desarrollamos el habla, empezamos a comunicárnoslos oralmente, forjando así las primeras pautas de transmisión cultural. Por ello, que los leones se comen a los seres humanos, es algo que ya hace mucho tiempo que se sabe y que nadie “comprueba”, si puede evitarlo.

También hace mucho que la especie humana desarrolló -muy mayoritariamente- culturas que crearon lenguajes escritos para registrar y transmitir las experiencias en los más distintos campos, pero también las reflexiones y conjeturas más variopintas. Y de esta manera, la argumentación basada en inducciones pasó a ser un modo de obtener conocimiento lógico, desde luego, no sin dificultades mayores. Pues no es lo mismo advertir que “si bebes mucho zumo fermentado de uvas te embriagarás”, que afirmar que “el ánimo de lucro privado es el motor del progreso económico”.

De este modo, nuestras opiniones y prejuicios, la mala política, en particular, y las ciencias sociales, en general, están saturadas de inducciones tendenciosas, falseadas e incorrectas, las cuales –inadvertidamente o a propósito- dificultan sobremanera una comprensión adecuada de los intereses sociales generales y un conocimiento ajustado del mundo y de la naturaleza que nos rodean.

Pero, en muy contadas ocasiones, un hecho anecdótico puede servirnos para categorizar un “estado de cosas”. Y, en este sentido, una noticia publicada el pasado 22 de febrero, titulada “Campaña publicitaria Nations Trucks. Marketing agresivo, fusil de regalo” resulta ejemplar.

(http://www.cincodias.com/articulo/Premium/industria-EE-UU-despierta-letargo/20110222cdsprm_5/). Pues, con el anuncio publicitario: "Compra un coche y llévate un AK-47", -“(…un) fusil de asalto ruso, muy conocido por su fiabilidad y por ser el arma de los ejércitos y guerrillas comunistas durante la Guerra Fría.”- un concesionario de vehículos de la ciudad de Florida, en EEUU, cerraba -en un mismo círculo- las tres dinámicas de desestabilización global más peligrosas en la actualidad: el crecimiento armamentístico; el aumento exponencial de automóviles particulares y; el comercio irrestricto, sin responsabilidad social y ecológica. Por cierto, que “La promoción tuvo una buena acogida y se amplió el cupo inicial de 100 unidades.”.

No obstante, el armamento es, probablemente, la “anti mercancía” por excelencia. Matar a seres humanos a todas las distancias, de muy variadas formas y provocando una cantidad infinita de víctimas, a estas alturas de la civilización, no debería continuar siendo uno de los más lucrativos negocios del mundo. El arsenal de bombas atómicas, automatizado para ser disparado con toda rapidez a lo largo de todo el mundo es, por sí solo, la más cierta amenaza de extinción planetaria que pende sobre nuestras cabezas. Aún así, el comercio mundial de armas aumentó en un 22% entre 2005-2009 y la pretensión de la total desnuclearización bélica cursa, todavía, como si fuera una quimera.

Por su parte, los vehículos particulares a motor, son el destino principal del petróleo, responsable -junto a las demás energías fósiles- del llamado efecto invernadero. En su producción se consumen ingentes recursos y en su uso, resultan energéticamente muy ineficientes. Mientras que las áreas habilitadas para su estacionamiento y tránsito en las ciudades han terminado invadiendo los espacios peatonales y desnaturalizando la convivencia urbana, las carreteras que se construyen para su desplazamiento entre núcleos de población, de negocio y de ocio, destruyen en muchas ocasiones un suelo que precisamos para producir alimentos o para preservar los ecosistemas. Todo ello, conforma una serie importante de problemas que ya no nos podemos permitir. A pesar de esto, las ventas mundiales de automóviles aumentaron en 2010 el 12%, llegándose a los 61,7 millones de vehículos, que se destinaron, sobre todo, a Asia y Estados Unidos.

El capitalismo contemporáneo, en fin, lleva a sus más desaforadas consecuencias la absurda convicción de que el crecimiento continuo -para el enriquecimiento monetario de los menos, extrayendo para ello todos los recursos de un planeta finito y con largos ciclos de asimilación y recreación y sin la menor solidaridad intraespecie-, es el motivo principal al que dedicar los afanes de la humanidad.

Esto que acabo de exponer, es claramente un conjunto de conjeturas inductivas, que –a pesar de su incertidumbre-, probablemente, sean letalmente ciertas. Esperemos que no necesitemos que se nos coma el león para tomarlas en serio.

(*) Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.

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