domingo, 20 de marzo de 2011

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Madrid, 20 de marzo de 2011 | Opinión | Xavier Aparici Gisbert (*)

Los acuerdos económicos, financieros y laborales que se están fraguando en estos días en las instituciones de la Unión Europea siguen confirmando el guión que se impuso desde el estallido de la gran crisis neoliberal. En los términos de definición de los problemas que han valorado los representantes gubernamentales de los países integrados en la zona euro y en los inminentes ”nuevos” planes de ajuste que acordarán los presidentes de los gobiernos nacionales, la visión política que sigue primando es más de lo mismo y de la misma manera: el gran problema de nuestras sociedades es que no se crece bastante y la mejor salida es que los mercados sigan siendo los beneficiarios de las mejoras y los destinatarios de las iniciativas.

Nadie cuestiona el modelo y nadie critica la dirección. No parece que haya nada más de qué preocuparse, ni nada más que hacer. Y sin embargo, sí lo hay, y mucho. Pues los múltiples análisis que se realizan desde prestigiosos ámbitos de investigación nacional e internacional sobre los retos mundiales que afronta la humanidad contemporánea, llevan décadas corroborando el diagnóstico de la inviabilidad global del modelo económico hegemónico y de la espiral de crecimiento demográfico planetaria. Por ejemplo, este mismo mes, Jeffrey D. Sachs, economista y asesor especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre las Metas de Desarrollo del Milenio, en un artículo de divulgación de su autoría, titulado “Necesidad contra codicia”

(www.elpais.com/articulo/primer/plano/Necesidad/codicia/elpepueconeg/20110306elpneglse_5/Tes), ha reiterado la advertencia de que “El mundo está alcanzando límites globales en su uso de los recursos. (…y)

Nuestro destino depende ahora de si cooperamos o somos víctimas de una codicia autodestructiva.” Con cifras demoledoras, ha dejado constancia de la imposibilidad de seguir creciendo: “Actualmente 7.000 millones de personas habitan la Tierra, en comparación con solo 3.000 millones hace medio siglo. (…y) la economía mundial está produciendo alrededor de 70 billones de dólares por año, en comparación con alrededor de 10 billones de dólares en 1960.” También ha expuesto su diagnóstico de las causas que provocan esta situación desesperada, señalando que “En los países de mayor peso -Estados Unidos, Reino Unido, China, India y otros- los ricos han disfrutado de cada vez más altos ingresos y un creciente poder político. (…) Las mismas tendencias amenazan a las economías emergentes, donde la riqueza y la corrupción van en aumento.” Por fin, ha concluido afirmando que “Si la codicia prevalece, el motor del crecimiento económico agotará nuestros recursos, marginará a los pobres y nos llevará a una profunda crisis social, política y económica.” Más claro, agua.

De hecho, es público y notorio que el mundo natural ya no soporta el impacto de la huella ecológica planetaria del modo contemporáneo de explotar, consumir y desechar sus bienes. No da más de sí: el agotamiento de los recursos minerales, vegetales y animales -que son muchísimo más que meros recursos-; la contaminación ambiental generalizada y el desmoronamiento de los ecosistemas globales, -constatados científicamente y registrados empíricamente-, lo indican sin lugar a dudas.

Y también nos consta que la especie humana ya no debe seguir por más tiempo comprometiendo su supervivencia y su proceso civilizatorio al enriquecimiento materialista de las desquiciadas élites de poder.

Pues ese deseo vampírico de riquezas, en la actualidad, se ha transformado en un arma de destrucción económica masiva y en un agente de desestabilización ambiental planetario.

Además, esta iniquidad del sistema de poder, aunque prevaleciente en la generalidad de los estados del mundo, hace tiempo que resulta ilegítima en los regímenes democráticos “occidentales”, por ser contraria a las garantías políticas, sociales y económicas recogidas en sus Constituciones; por ser contradictoria con los objetivos de sus Estados sociales democráticos de derecho; por resultar enemiga, en fin, de la justa solidaridad entre sus ciudadanías, que, en conjunto, constituyen la soberanía de sus órdenes políticos y sociales. Por todo eso, ni las problemáticas que padecemos son inamovibles, ni las alternativas que precisamos están prefijadas, pues aquí, no lo olvidemos, ¡aun se vota cada cuatro años!.

(*) Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.

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