Madrid, 20 de marzo de 2011 | Opinión | Clemente Ferrer (*)
Una parábola budista asevera que un rey, del norte de la India, reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían lo que era un elefante; a unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron “esto es un elefante”. Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa. El rey preguntó que es un elefante y cada uno dio su explicación. Los ciegos comenzaron a discutir y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba.
El relativismo es como este grupo de ciegos que, por tocar una parte de la verdad, se pone en tela de juicio la propia verdad. Es tan problemático porque es un desorden de la intencionalidad profunda de la conciencia respecto de la verdad, que tiene manifestaciones en todos los ámbitos de la vida.
En democracia el relativismo lleva a convertir la verdad en algo relativo ya que en las urnas se vota que es la verdad, esto es, el número de votos determinará en la asamblea, lo que es y lo que no es verdad. El relativista afirma que el modo de alcanzar la felicidad que se puede lograr en este mundo, se basa en evadir el problema de la verdad.
Estamos viviendo unos momentos llenos de esperanza y que el futuro es mucho más prometedor de lo que parece, con tal de que los que buscan la verdad, sepan demostrar que su vida es más plena y más humana, que la defendida por el relativismo. Y esto es sin duda un desafío para los que desean contribuir a la difusión de la fe cristiana en el mundo actual.
“La relación entre verdad y libertad es esencial, pero hoy se encuentra frente al gran desafío del relativismo, que parece completar el concepto de libertad pero en realidad la pone en riesgo de destruirla proponiéndose como una verdadera “dictadura”, señaló Benedicto XVI.
(*)Presidente del Instituto Europeo de Marketing
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