Madrid, 14 de abril de 2011 | Opinión | Eloy Cuadra.
¿Han oído hablar de los mecanismos de desconexión moral? Es posible que lo hayan visto reseñado en algún libro de divulgación general, y casi es seguro si han estudiado psicología. Estos mecanismos son algo que funciona en la mente del ser humano, y lo vino a definir un psicólogo canadiense, Albert Bandura (Mundare, 1925), hace ya unas cuantas décadas. En pocas palabras, son aquellos pensamientos y juicios que las personas usan para justificar su comportamiento cuando este resulta moralmente algo dudoso. Bandura se fijó en la manera en que las personas fabricamos estándares morales con los cuales regimos nuestra vida, como principios morales que conocemos, en los que nos han educado y asumimos como válidos para diferenciar lo que está bien y lo que está mal y saber también discernir entre malos y buenos.
Y bien, lo que decía Bandura es que hay ocho mecanismos cognitivos diferentes que funcionan muy a menudo en nuestro cerebro y cuando se activan provocan que desconectemos de alguna manera nuestra moral o nuestra capacidad para juzgar algo como malo, de forma que nuestra conciencia digamos que descansa o se toma unas vacaciones y no entra a juzgar el asunto en cuestión, aunque éste se muestre a todas luces reprobable a poco que lo observemos con algo de detalle. Son ocho, como les digo, pueden verlos si les interesa en cualquiera de los manuales de psicología que hay en las universidades. El que más se activa, por desgracia, la deshumanización, aunque en realidad funcionan y muy bien todos al servicio de los intereses del sistema, ya sea la justificación moral, el lenguaje eufemístico, la minimización o distorsión de las consecuencias, el chivo expiatorio, la comparación ventajosa, el desplazamiento de la responsabilidad, la difusión de la responsabilidad y la atribución de culpabilidad. Aunque aquí vamos a centrarnos sólo en uno de ellos, el que habla del desplazamiento de la responsabilidad.
¿Cómo amamos? ¿Cómo odiamos? ¿Cómo vivimos? El ser humano, para vivir medianamente tranquilo, necesita definir su entorno más cercano y poner nombre a las cosas y a las personas con las que convive. Es evidente: es complicado vivir rodeados de incertidumbre e indefinición. Amamos a alguien o a algo concreto, odiamos a alguien o a algo concreto, no se puede amar u odiar a algo indefinido que no podemos situar en el tiempo ni en el espacio. Así, cuando se activa el mecanismo de desconexión moral llamado de desplazamiento de la responsabilidad, la responsabilidad o autoría de un hecho queda diluida, se nos hace difícil buscar al responsable, no se sabe quien es, o donde está, o cuantos son, y acabamos por no juzgar el hecho en sí, o no hacerlo con la severidad que deberíamos. Y muy al contrario, cuando somos capaces de focalizar nuestra rabia o indignación por un hecho concreto en un actor como responsable primero y principal, nuestra animadversión hacia esa persona se acentúa sobremanera y activamos todos nuestros recursos para acabar con esa persona.
Y bien, eso es lo que sucede hoy en el mundo cuando se trata de buscar enemigos o responsables de nuestra suerte. Los “malos” que se enfrentan al sistema están claramente definidos y objetivados, al tiempo que se hace muy difícil focalizar en alguien la responsabilidad de todo lo que funciona mal dentro del sistema. Así tenemos al malo malísimo, Osama Bin Laden, responsable de esa ola de terror fanático que sacude el planeta, al que todo el mundo conoce aunque nadie sabe donde está ni se le ha visto. Y malo malísimo también lo fue en su día Sadam Hussein, como ahora Gadafi, Mubarak y otros tantos. Caso similar al de Hugo Chávez, como antes lo fue Fidel Castro, revolucionarios subversivos que pretenden unir a Sudamérica contra la democracia. ¿Y qué decir de los antisistema? No pueden ser ciudadanos normales y por consiguiente imposibles de clasificar, hay que catalogarlos, son hippies, ocupas, porretas, alborotadores y radicales de ultraizquierda que no tienen dos dedos de frente. Y así siempre, Y así siempre, los contrarios al sistema tienen nombre y apellidos y son sistemáticamente satanizados, caricaturizados o desprestigiados por el sistema y sus instrumentos de propaganda. Y este mecanismo funciona igual dentro del propio sistema, cuando alguien cae en desgracia y se le quiere hacer pagar los platos rotos, tenemos el ejemplo en la crisis actual que vivimos en España. Preguntad a ver quien tiene la culpa de nuestra crisis: ¿los bancos, las subprime, la burbuja inmobiliaria o Zapatero? Está claro que Zapatero. ¿Acaso alguien puede odiar a las subprime? ¿Qué es eso? La culpa es de Zapatero, tanto es así que al poco de anunciar que no se presentará a las elecciones su partido ha subido nueve puntos en las encuestas con respecto al PP.
Y a nivel global ocurre lo mismo, se habla de crisis global pero cuando queremos situar al culpable nos encontramos con los mercados, las corporaciones, los especuladores, las multinacionales, los lobbys y en definitiva, el sistema. Pero, ¿quién es el sistema?, ¿quiénes son todos estos? No tienen nombre y apellidos, son muchos o son pocos pero nadie los conoce, cuestión esta a la que tampoco ayudan los medios de comunicación, encargados de informarnos cuando en realidad lo que hacen es manipularnos. Y así estamos, y así juegan con nosotros. E ineludiblemente me viene ahora a la mente aquella frase de Malcolm X que decía “Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Porque como vemos, es difícil tener miedo de algo indefinido, no podemos temer a una sucursal bancaria o a la bolsa de Wall Street, pero sí podemos temer a un señor barbudo que profesa una clase de fanatismo religioso y piensa en matar a todos los que no estén de acuerdo con él.
En fin, espero que sirva al menos esta reflexión para que en adelante se lo piensen mejor antes de odiar o cargar a alguien con las culpas de nuestros males. Si lo hacen así, de seguro serán un poquito más libres.
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