Santa Cruz de Tenerife, 21 de junio de 2011 | Opinión | Eloy Cuadra Pedrini.
Cuando la palabra crisis se convierte en el vocablo más repetido a este lado del mundo, bien cabría preguntarnos no ya tanto por el qué está pasando, cosa que ya más o menos todos sabemos, y sí un poco más por el qué hicimos para merecer esto. Esa es la pregunta que intento responder en los párrafos siguientes, para lo cual sitúo el foco nada menos que 40 años atrás, en 1971, y no por casualidad, porque un 15 de agosto de aquel año un tal Richard Nixon presidente de los EEUU ordenó cerrar la ventanilla de compra-venta de oro en los mercados internacionales, dando así por finiquitado el mundo de los tipos de cambio fijos para el que fue creado el FMI en la conferencia de Bretton Woods de 1944, cambiando así para siempre el orden mundial de los acontecimientos.
Visto así, por un neófito en economía como yo y como imagino serán muchos de ustedes, no parece un detalle que pueda afectar tanto a la situación actual de nuestras sociedades globalizadas, pero sí que afecta. Son muchos los analistas que dan a este hecho una importancia crucial en el devenir de la economía posterior hasta desembocar en la megacrisis que soportamos hoy. Conviene pues detenerse un poco en esto a lo que llamaban “patrón oro”.
Haciendo un poco de historia, el patrón oro fue la regla que se usó como norma en las transacciones internacionales a mediados del siglo XIX. Por entonces, las monedas eran ya una realidad en la mayoría de países con un mínimo de interés comercial, y se hizo por tanto necesario dotarlos de unas reglas de valoración monetarias que hicieran justos y equilibrados los intercambios entre países. Así fue como se optó por el oro en detrimento de la plata para fijar el valor de cada moneda nacional. Era sencillo y no necesitaba de más medidas que aplicar las reglas una vez aceptadas por todos. Y la regla no era otra que fijar en cada país el valor de la moneda en una determinada cantidad de oro, de forma que las monedas y los billetes en curso en cada país dependían de la cantidad de oro con la que contaba el país en cuestión. Dichas monedas podían y debían ser cambiadas por su valor en oro a voluntad de cada país. De esta manera quedaba unificado el sistema monetario internacional y se preservaba el equilibrio en las economías nacionales.
Digamos que existía una correlación directa entre la riqueza del país y el dinamismo de su economía, y era igualmente fácil corregir un desajuste o desfase, como veremos, de manera muy simplificada. Así, cuando un país compraba bastante más de lo que vendía se veía obligado a sacar oro de sus reservas para hacer frente a los pagos, provocando un desequilibrio en su balanza comercial. Esta situación traía como consecuencia la ralentización del crecimiento, menos venta, y por consiguiente una obligatoria bajada de los precios de los productos de cara al exterior, lo cual favorecía a su vez la venta, por ser más baratos sus productos al cambio, volviendo de esta manera a entrar divisas de fuera que equilibraban el desfase de la balanza comercial. Y de igual manera al contrario: cuando un país vendía mucho más de lo que compraba sus reservas en oro crecían y el país se hacía más rico, la gente podía comprar más porque tenían más dinero, lo que provocaba un alza en los precios de los productos de cara al exterior, situación que traía como consecuencia un descenso de las exportaciones en relación con las importaciones, y con ello de nuevo el equilibrio.
Este sencillo y en apariencia armonioso sistema, empezó a notar algunos problemas cuando las economías fueron creciendo y se hizo necesaria más liquidez, esto es, más monedas y más billetes circulando. Problemas porque no se podían poner en circulación más monedas que su equivalente en oro en cada reserva nacional.
Dicho de otra manera: cada país podía crear moneda, pero sabía que al crear moneda estaba dando salida a parte de su oro, y sólo en base al oro del que dispusiera podía crear moneda, y no más, ya que había que respetar el valor de cambio en oro dado a la moneda, un valor que se falseaba si se emitían en exceso.
Por suerte, la necesidad de liquidez en los mercados crecientes fue satisfecha por la potencia hegemónica por entonces, Gran Bretaña. A finales del siglo XIX Gran Bretaña controlaba buena parte del comercio internacional, esto hacía que los pagos se efectuaran mayoritariamente en libras, manteniendo las reservas nacionales bien cubiertas de oro. Así, mientras el país mantuvo su hegemonía internacional y la libra estuvo fuerte, la liquidez la puso Gran Bretaña inyectando libras en el mercado y cambiando éstas por oro irrestrictamente. La libra se convirtió así en la moneda reserva, era un valor seguro, de forma que, si no había oro había libras en las que invertir para asegurar la riqueza de cada país. De esta manera estuvo el sistema funcionando, gracias a la aceptación tácita de las reglas del juego que a casi todos parecían beneficiar. Pero llegó la Primera Guerra Mundial y con ella la regla de oro del sistema que permitía convertir de inmediato las monedas en oro quedó suspendida. Acababa la guerra, Inglaterra se había dejado en ella buena parte de su oro y también su hegemonía, de forma que ya no podía garantizar la convertibilidad de las monedas en oro.
La libra dejó de ser el garante y el sistema perdió la confianza que lo había mantenido estable y vigente. Perdida la confianza el sistema dejó de funcionar.
Corrían los primeros años 20, y aunque todavía Inglaterra intentó varias veces reestablecer el orden, sus intentos fueron vanos. Ahora había otros países con igual pujanza aplicando otras reglas, pongamos los EEUU, y el mercado se descontroló definitivamente. Las monedas nacionales comenzaron a fluctuar libremente, no había control, no había una regla unificadora, y así a los pocos años acabó por estallar el famoso Crack del 29, la primera gran crisis del capitalismo hasta que llegó la nuestra.
Poco tiempo más tarde el mundo volvía a la guerra, esta vez la Segunda. En unos años en los que intentando sobrevivir a pocos países les quedó tiempo de preocuparse por ordenar el sistema monetario internacional.
Pero la guerra acabó, y vistos los antecedentes pasados, pronto, los vencedores empezaron a preocuparse por recuperar el orden económico perdido. De aquella preocupación vino Bretton Woods (1944), y se creó el Banco Mundial, y el FMI, y andaba por allí un tal Keynes, y se pasó de acuerdos tácitos a acuerdos oficiales jurídicamente reglados que volvían a poner orden en los intercambios monetarios entre países.
En Bretton Woods se decidieron, entre otras cosas, que el “policía” encargado de hacer cumplir las reglas del juego sería el FMI, y detrás de él, con un peso fundamental, los Estados Unidos. Se estableció de nuevo una paridad entre las distintas monedas y el oro, pero la moneda reserva garante del equilibrio del sistema pasaba a ser ahora el dólar americano, al precio de 35 dólares por onza de oro. El tipo de cambio seguía siendo fijo con algunas salvedades, y se permitía a los Bancos Centrales de cada país miembro del sistema acudir a la Reserva Federal americana para convertir los dólares reserva en oro al precio fijado o viceversa. EEUU ofrecía así su moneda como valor reserva, y ésta hacía las veces del oro, sustituyéndolo, pero manteniendo su paridad con él. La salvedad venía dada por la posibilidad que ahora tenían los países, previa autorización del FMI, de hacer fluctuar el valor de cambio de su moneda, a la baja o al alza, con el fin de garantizar la estabilidad de su economía en un momento de crisis.
¿Bien hasta aquí? Pero aún restaba solucionar el problema de la liquidez creciente de los mercados, que a medida que crecían necesitaban de más dinero en el mercado a cada poco. ¿Qué hacer? En Breton Woods se estableció que EEUU sería el encargado de proveer de liquidez al sistema monetario emitiendo más dólares, incurriendo en deuda, cuando así hiciera falta. Y así se hizo, y así funcionó el sistema, y el dólar inundó los mercados internacionales y los Bancos Centrales de muchos países del lado rico del mundo. Y así se mantuvo el asunto más o menos equilibrado hasta la década de los 60, donde la mayoría de países medianamente bien gobernados se preocupaban de mantener el equilibrio entre sus importaciones y sus exportaciones como garante de la estabilidad de su economía, aunque todos buscaban tener más exportaciones que importaciones, para acaparar divisas en dólares en sus bancos nacionales y mantener su economía saneada y en superavit. Todos menos los EEUU, que tenían el beneplácito de Bretton Woods para incrementar su déficit indiscriminadamente emitiendo nueva moneda y generando más deuda. Este detalle no fue un problema en el inicio, pero acabó siéndolo pasadas algunas décadas de Bretton Woods.
A mediados de los 60 el equilibrio económico acabó por quebrarse, cuando algunos países industrializados con mucha reserva en dólares producto del superavit de sus balances comerciales –en especial Francia y Japón-, empezaron a ver con preocupación la inflación creciente de la economía americana y el aumento de su déficit, provocado entre otras razones por el desmesurado gasto que supuso la inacabable guerra de Vietnam. Estos países temieron que tanta abundancia de dólares repartidos por el mundo tuviera consecuencias inflacionarias a nivel mundial, lo cual desembocó en una paulatina pérdida de confianza en la fortaleza futura del dólar.
Y así, sucedió lo que algunos habían augurado: la abundancia de dólares en el sistema derivó en un proceso de inflación internacional. Había tanto líquido de dólares en el mercado que los gobiernos encontraban serios problemas para defender la paridad de sus monedas frente a la moneda americana, mientras, EEUU seguía acumulando déficit.
El siguiente paso estaba cantado. Perdida la confianza en la fortaleza del dólar, algunos países ricos optaron por poner a salvo su economía de esta falta de confianza y comenzaron a canjear sus dólares en oro en la Reserva Federal, tal cómo se había acordado años atrás. Consecuencias: 1ª) el oro de las reservas americanas empezó a bajar hasta unos niveles preocupantes; 2ª) se cuestionaba aún más la estabilidad del dólar como moneda de referencia internacional; 3ª) se perdía liquidez en los mercados que veían cómo bajaban los dólares al ser cambiados en oro.
Con este panorama llegamos al fin al año 1971, año en el que EEUU se encuentra ante la necesidad de devaluar su moneda frente al oro, esto es, aumentar el número de dólares necesarios para obtener una onza de oro, para frenar la sangría de cambio de dólares en oro que estaba mermando notablemente sus reservas, y devolver de esta manera el equilibrio y la realidad a un mercado internacional distorsionado. Esto fue lo que aconsejaron algunos expertos, entre ellos Paul Samuelson, premio Nobel de Economía de aquel año, y esto fue lo que no hizo Nixon, aconsejado por otro pope del pensamiento económico, Milton Friedman. Friedman aconsejó a Nixon que rompiera la regla y suspendiera el acuerdo que permitía cambiar dólares en oro de la Reserva Federal, y Nixon aplicó el consejo de Friedman, un 15 de agosto de aquel año 1971.
Nunca más en adelante los dólares acumulados en las transacciones internacionales han podido ser cambiados por oro de los EEUU. Fue el fin del patrón de cambio oro, el caos financiero estaba servido. Prueba de ello: no hay más que ver lo que hoy tenemos.
A poco que analicemos el asunto comprenderemos las consecuencias. Hasta 1971 el crecimiento de las economías, el crecimiento del crédito, la liquidez de los mercados, estaban controlados en cierto modo por el valor oro y su fijación con el dólar como referencia. Hasta esa fecha, todas las monedas del mundo, todas las economías, tenían un valor real cuantificable, tenían un respaldo, en base a la convertibilidad de cada riqueza nacional en oro a través del dólar. Dicho de otra manera, hasta 1971 la economía mundial tenía los pies en el suelo de la realidad al mantener la referencia del oro como valor. Cuando las economías mundiales ven cerrada la posibilidad de medir sus riquezas en oro, ya sólo quedan los dólares como divisa de cambio internacional. ¿Y dónde está el problema? El problema está en que Estados Unidos no tenía pensado parar en su política de barra libre a la creación de moneda, y siguió generando deuda, y siguió comprando en todas partes del mundo metiendo cada vez más y más dólares en el mercado internacional, y entre tanta liquidez el crédito se disparó, y al amparo del dinero fácil la economía mundial creció y creció hasta lo que ya todos conocemos como libremercado y globalización, y el equilibrio se rompió. Se rompió porque donde antes todos los países desarrollados se cuidaban de tener una economía más o menos diversificada buscando un equilibrio entre exportaciones e importaciones, por aquello del ajuste de la balanza comercial, ahora, abierta la posibilidad de crear dinero sin base real a través del crédito y el interés, abierta quedó también la veda a que los especuladores ávidos de ganancias empezaran a jugar con las economías de los países, y se empezara a apostar por la deslocalización de los mercados buscando el máximo beneficio en países con una mano de obra más barata, y bueno, a partir de aquí la historia ya es por todos conocida. Lo último, consecuencia de aquello: el Pacto del Euro, para abaratar aún más los despidos, alargar jornadas, bajar sueldos y hacer lo imposible por competir con esos mercados extraeuropeos que nosotros mismos creamos. ¿Se puede ser más tonto?
En definitiva, desde 1971 hemos crecido y crecido, pero lo hemos hecho en una farsa. Porque se creó dinero a partir de dinero, dinero de papel, dinero deuda, dinero ficticio, inflado, duplicado, fabricado de la nada, creado a voluntad de un solo país. Pero eso ya se acabó, la mentira no se sostiene por más tiempo, nos han despertado y hemos caído de golpe, se acabó lo que se daba: bienvenido al mundo real.
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