Valladolid, 29 de octubre de 2011 | Cartas al Director |
En primer lugar, quiero felicitar a los pocos que llevan el nombre de Todos los Santos; entre ellos, Froilán, el nieto mayor del Rey. A mí, de niña, me gustaba el Día de Todos los Santos por la costumbre, en Extremadura, de salir al campo a asar las castañas. Por otra parte, me llamaban la atención las idas y venidas al cementerio y las campanadas en la noche por ser Víspera del Día de los Difuntos. ¿Qué santos celebramos el 1 de noviembre? Junto a los ya canonizados, una infinidad de gente buena que no engrosa el santoral pero que está en el Cielo porque, a imitación de Jesucristo, pasó por la tierra haciendo el bien, Yo digo que un abuelo mío era un santo, y otros lo dicen de su madre, de su esposa o de otro familiar o amigo. Antes canonizaban casi sólo a frailes, a monjas y a alguno de la realeza (San Fernando, San Luis de Francia, Santa Isabel de Portugal…).
Ahora, el horizonte se ha ampliado a laicos corrientes cuyo amor a Dios les llevó a realizar lo ordinario de modo extraordinario, sin que por ello fueran impecables. Es lo que decía, a los jóvenes, el Siervo de Dios P. Tomás Morales, sj: “Para ser santos, no cansase nunca de estar empezando siempre”. La santidad debe ser la meta de todo mortal. Como enseña la copla, “la ciencia más acabada/ es que el hombre en gracia acabe, /pues al fin de la jornada, /aquel que se salva, sabe,/ y el que no, no sabe nada”.
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