Canarias, 27 de octubre de 2011 | Opinión | Eloy Cuadra Pedrini.
Mucho se está hablando esta semana de esa iniciativa ciudadana que pide que altos cargos de Ayuntamientos, Cabildos y Gobierno Autónomo renuncien a la paga extra de Navidad para destinarla a un fondo autonómico con el que ayudar a las familias más desfavorecidas que no cobran prestación alguna. Se está hablando, y en la calle la mayoría parecen estar de acuerdo, y también se les está preguntando a ellos, y ahí ya no parece estar todo tan claro. Se abre así un debate antiguo y no por ello menos actual: ¿deben los políticos estar muy bien pagados para así contar con los mejores, o debe ser la política algo más vocacional no necesariamente ligado al beneficio para así contar con los más honestos? ¿Qué dicen ustedes? Yo lo tengo claro, pero veamos, veamos un poco que es lo que resulta en cada caso.
Y bien, en un mundo como el de hoy, donde todo marca su valor por la cantidad de dinero que estemos dispuestos a pagar, es fácil pensar que si pagamos mucho a los políticos tendremos mucha competencia por llegar a alcanzar esos puestos, y en la competencia, vieja norma del libremercado, los que lleguen a ocupar el puesto serán sin duda los más válidos. Y así, cuanto más paguemos a los políticos mejores y más preparados políticos tendremos. Y aún cabe un argumento más a favor de esta tesis: al estar bien pagados estarán más a salvo de caer en la corrupción. ¿Quién puede rebatir estos argumentos? Se hace difícil a la luz de la lógica moderna. Pero bajemos un poco a la tierra, de la teoría a la realidad a día de hoy, Europa, octubre del año 2011. Estarán de acuerdo cuando afirmo que el mundo ha cambiado mucho en los últimos años, ha cambiado tanto que resulta complicado imaginar que podamos volver a disfrutar de la engañosa bonanza en la que vivimos en las pasadas décadas. Crisis, recortes, austeridad, congelación, recesión, rescate, déficit, deuda, quiebra, paro, miseria…, son algunas de las palabras con las que lidiamos cada día, es lógico que los recortes lleguen también a la esfera de la política. Es entonces cuando escuchamos al Presidente del Gobierno Canario decir que hay médicos que cobran más que él, como si eso estuviera mal.
Se olvida su señoría de que ya pasaron aquellos tiempos en los que un joven sin estudios ganaba 2.000 euros al mes en la construcción, y el patrón 4.000, y el constructor 20.000, y pelotazo va y pelotazo viene. Eso ya se acabó, toca optimizar, y puestos a pagar con dinero público, qué quieren que les diga, prefiero que se pague más a los médicos que salvan vidas, a los profesores que forman personas, a los ingenieros que inventan, a los biólogos que descubren o a los jueces y a los policías que nos defienden, y dejar el terreno de la política más abierto a la vocación, como fue antaño, como era cuando los griegos inventaron el asunto hace ya más de dos mil años. Y este y no otro es el escenario al que debemos movernos si queremos que la política recupere algo del prestigio que alguna vez tuvo, si es que alguna vez lo tuvo. Claro que, pensar que este nuevo escenario es posible, especialmente aquí, en Canarias, es pensar demasiado. Tendría nuestra clase política que renunciar al tren de vida al que están acostumbrados, tendrían que cambiar la praxis política, y la manera de pensar, y la manera en que ellos mismo se ven. ¿Es eso posible? Me temo que no. Pero, preguntémonos por la esencia del ser político y lo entenderemos mejor.
Preguntémonos si se parece en algo la actividad política al resto de profesiones a las que hemos aludido antes. En la respuesta a esta pregunta radica la centralidad de mi argumento. Porque el político no crea, no inventa, no cura, no tiene a simple vista habilidad técnica alguna, no se le pide ser experto, no es especialista en un campo concreto o al menos no es condición indispensable, como ocurre con el resto de profesiones. El político es, simplemente, el que se ocupa de ordenarlo todo, es el que piensa en el bien común, en el bien de otros, en el bien de todos, en lo mejor para todos. Esta y no otra es su esencia. El político, por tanto, habrá de tener sobre todo sentido común, sentido de lo que es justo y honradez. Volvamos a las profesiones y lo entenderemos mejor. Los médicos por ejemplo, los hay licenciados cum laude eminencias en su especialidad, y los hay médicos de familia en el ambulatorio del pueblo.
Unos cobrarán probablemente mucho dada su especial habilidad para curar determinadas patologías, otros, tal vez cobren menos, pero ambos son muy válidos en su profesión. Y este mismo razonamiento vale para cualquiera de las restantes profesiones de las que hablamos antes. Se admite pues el argumento de pagar más a los más valiosos. Ahora probemos a hacer lo mismo con los políticos. Complicado, para empezar porque no hay Universidad donde te den un título de honradez, no la hay para el sentido común, tampoco la hay para el altruismo. Dicho de otra manera: o se es honrado en su totalidad o no se es honrado en absoluto. No cabe pues decir que si pagamos mucho a los políticos tendremos a los más honrados y si les pagamos poco será normal que roben o se corrompan un poquito. No es posible porque admitir esto es romper con la esencia misma del ser político, hablaremos ya de otra cosa, de mercenarios, de impostores, de farsantes, de usureros, de lo que sea pero no de una persona que se preocupa por el bien común.
¿Lo entienden ahora verdad? Lo triste del asunto es que esta figura del ser político que yo defiendo es hoy apenas un vestigio de algo que fue. Hoy la honradez brilla por su ausencia en nuestros dirigentes. Busquen ahí el motivo del desapego, la poca fe, la desafección que el común de los ciudadanos tiene por el señor político. ¿Quien sabe si no estará también ahí el origen de todas nuestras crisis?
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