Madrid, 08 de noviembre de 2011 | Debate | Fernando de Haro
Según lo previsto. Rubalcaba buscó en el debate la movilización de los electores de izquierda que piensan abstenerse. Estuvo eficaz en los recursos dialécticos: terminar cada bloque económico con una pregunta le permitió ganar el juego a Rajoy y sugerir que había un programa oculto. Pero en algún momento se pasó de agresividad, hizo bien el líder de los populares retirando velas cuando la cosa se puso muy caliente. El líder del PSOE abusó demasiado de las interrupciones, le permitían ganar terreno pero eran demasiado pendencieras.
La insistencia de Rubalcaba en que la derecha quiere recortar la prestación por desempleo, acabar con la sanidad y la enseñanza pública, le resultaba útil para sus fines. Sus argumentos eran similares a los del video del niño repeinado. Al centro sociológico no le convencen. Pero el líder de los socialistas no buscaba el centro ni el centro-izquierda. Buscaba la izquierda-izquierda.
A mitad del debate, el cuartel general del PP denunciaba que el candidato socialista se estaba dedicando a examinar a Rajoy del programa electoral del PP y que eso convertía al líder de los populares en el presidente del Gobierno. Cierto. Pero de lo que se trataba era de sacudir a los abstencionistas con los viejos fantasmas.
La estrategia de Rajoy se resumió en esos dos momentos en los que llamó señor Zapatero a Rubalcaba. Toda la habilidad dialéctica de Rubalcaba se estrellaba contra el muro de los datos de paro, contra la evidencia de que el candidato socialista estaba en el Gobierno que nos ha llevado al desastre. Ganaba con la ironía, mostrándose tranquilo. Ganaba, sobre todo, cuando describía en qué situación está el país. Pero hubo muchos momentos, sobre todo al final, en los que le faltó fuerza. Parecía tenerlo poco preparado.
El combate dialéctico puede que acabara en tablas, pero la realidad es demasiado cruda para no dejar en evidencia los argumentos de Rubalcaba. Sabremos quién ha ganado el debate el 20-N. Si Rubalcaba pierde por menos de lo que dicen las encuestas es que todavía hay cierta España para la que, a pesar de los cinco millones de parados, los viejos mitos de la izquierda no renovada persisten.
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