Málaga, 04 de enero de 2012 / Opinión / Teresa Antequera Cerverón.
Los tres sabios de oriente que fueron guiados por una estrella hasta el pesebre de Belén, eran verdaderos buscadores de Dios y por eso pueden ser un buen ejemplo para cada buscador de Dios en nuestros días. Pero ¿qué podemos nosotros aprender de ellos? Quizás su añoranza hacia Dios, su añoranza por la sabiduría divina. Entonces habría que preguntarse: ¿estamos sedientos de la verdad y de la paz?, ¿estamos sedientos del amor de Dios y de la unidad? Si en verdad lo estamos, sentiremos que Dios está presente y si cumplimos Sus Mandamientos, nos iremos convirtiendo poco a poco en sabios.
No obstante es posible que el hecho de que hayamos hecho una tradición de la visita de los Sabios de oriente al pesebre de Belén, refleje en nosotros algo de la añoranza por la sabiduría que estos astrólogos buscadores de Dios tenían. Sin embargo cuando uno se hace presente en lo que se ha convertido el negocio de los Reyes Magos, descubre que esta añoranza se ha volcado totalmente en algo externo, incluso en todo lo contrario. Las personas en general nos hemos vuelto distraídas y desviamos nuestra atención del mensaje central de seguir la luz que transmitieron los sabios de oriente. Ellos querían mostrar a las personas que si se abren a la fuerza redentora, a la fuerza del Cristo de Dios, entenderán poco a poco lo que significa desarrollar en sí mismas Belén, o encontrar Belén en si mismos, es decir desarrollar en uno mismo el Reino de Dios.
Los Sabios de oriente tenían comunicación con la luz eterna en sí, tenían comunicación con el Reino de Dios que palpita en la profundidad del fondo del alma y se les apareció una estrella que brillaba cada vez más fuerte y la siguieron. La estrella de Belén sigue brillando para nosotros en la actualidad y nos marca el camino de salida de una cristiandad exteriorizada, que apenas sabe algo sobre la profundidad, sobre la verdad en torno al gran suceso acontecido en Belén. Y al igual que la estrella de Belén iluminó a los sabios, así nos ilumina también hoy. En un mensaje dado desde el infinito en 1984 pudimos escuchar lo siguiente: «Hijos Míos, la estrella de Belén brilla de nuevo. Bienaventurado aquel que la vea en su interior. Venid, volveos nuevos en Mí, purificad vuestras almas. Seguid el camino de la paz y de la gloria para que podáis tomar desde la verdad eterna y podáis dar a todos aquellos que todavía hoy no han entendido que he venido de nuevo al mundo en la palabra y en los hechos. Dios es amor y el amor esta muy cerca de cada uno de vosotros. El amor y la misericordia es igual al nacimiento que tiene lugar en cada alma. Quien nazca en el amor, en el reino interno reconoce el gran tiempo, el nuevo tiempo.»
Hoy también nosotros podemos seguir a la estrella de Belén. La luz redentora que irradia en nosotros, en nuestra alma, es igual a la estrella de Belén y nos ilumina el camino al Reino de Dios, hacia nuestro verdadero hogar eterno. Ayer y hoy se puede seguir esa estrella hasta la casa del Padre a través de Cristo si cumplimos paso a paso los Mandamientos de Dios, que nos dio el Eterno por medio de Moisés.
Si hacemos lo que nos enseñó en El Sermón de la Montaña sentiremos en nosotros la estrella, sentiremos la luz. Nuestra alma se volverá más luminosa, las células de nuestro cuerpo más claras. Estaremos más contentos, más felices, más alegres y aprenderemos a rezar de corazón. Rezaremos y sentiremos que debemos cumplir nuestras oraciones. Y si lo hacemos sentiremos que vamos tomados de la mano de la poderosa estrella de Belén, de la mano de Jesús, el Cristo, quien se convirtió en nuestro Redentor y que es el Camino, la verdad y la vida. El, Jesús el Cristo, es el camino a la casa del Padre. El es la resurrección y la paz. Podemos resucitar en El si hacemos brillar la estrella de Belén en nosotros mismos.
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