Agüimes (Gran Canaria), 06 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Antonio Morales Méndez (*)
Lo intuía. Sabía que podía suceder. Lo que he escrito en las dos últimas semanas giraba en torno a
la contumacia del PP -con la complicidad del PSOE en esta última etapa- en su apuesta decidida por el
gas en Canarias, frente a la escasa preocupación por las renovables (Un gas muy sucio) y en las prisas del
flamante ministro José Manuel Soria en favorecer las prospecciones petrolíferas en aguas de Canarias
(PPetróleo). En los dos casos insistía en que se había puesto en marcha una estrategia, diseñada por los
lobbies eléctricos y sus comparsas, para favorecer a las eléctricas y el uso de los combustibles fósiles
frente a las energías renovables. Empezó al vislumbrarse el triunfo del PP en las últimas elecciones y
arreció a partir de que los populares alcanzaran el poder y, más aún, cuando se supo el nombre del
ministro de Industria. Es la historia de siempre de los grandes grupos oligopólicos que aunque no lo
pasaron mal del todo (más bien lo contrario) con el Gobierno de Zapatero, se sienten en su salsa con un
gobierno conservador, con profundas incrustaciones neoliberales, rendido a sus pies. Y no se trata solo de
una economía sectaria, auspiciada por políticos serviles y tecnócratas que se retroalimentan, sino también
de una mezcla de intereses particulares torticeros y de ideología neoconservadora que encuentran su nexo
en fundaciones como Faes y en doctrinas como la del negacionismo climático.
A los hechos me remito. Desde finales del año pasado, casi todos los días teníamos noticias de las
presiones mediáticas de las eléctricas. Lo primero que hicieron en noviembre, antes incluso de las
elecciones, fue exigir una subida de la luz en un 35% en los próximos dos años y, en un ejercicio coral de
enorme sintonía, Andrean Brentan (Endesa), Rafael Villaseca (Gas Natural), Sánchez Galán (Iberdrola) y
Eduardo Montes (Unesa) pidieron, a un tiempo, una moratoria para con las renovables “para evitar que se
disparen las tarifas” y digo yo que también será para que nunca se ponga coto a unas ganancias como las
de los más de seis mil millones de euros alcanzados por las eléctricas en los primeros nueve meses de
2011. Durante estos últimos meses no han cesado de cuestionar, una y otra vez, las primas a la energía
solar y de atacar a la fotovoltaica por “inmadura” y a la termosolar por “inviable”. Eran, decían, las
culpables del déficit y tenían además la osadía de plantear el poner en marcha, de la mano de Acciona,
Abengoa y ACS y miles de pequeños y medianos empresarios, 40 nuevas plantas termosolares, lo que nos
convertiría en la primera potencia mundial. La eólica, que en algún momento llegó a producir el 33% de
la energía del país, igualmente les quitaba el sueño; rezaban para que no soplara el viento y no se siguiera
cuestionando la “burbuja del gas” y la fuerte inversión realizada por ellos en las centrales de ciclos
combinados cuando ya todo apuntaba a la explosión de las energías limpias. Era la traca final ante un
acoso constante a un sector en expansión al que antes habían intentado someter al descrédito público
acusándolo de estafas, de encarecer las tarifas, de beneficiarse de primas insostenibles…
Y en estas llegó José Manuel Soria y se puso, sumiso, al servicio del trust. De un día para otro, en
una decisión que cogió a todo el mundo desprevenido, aunque ya antes les había echado una mano, y el
brazo, a las nucleares, este hombre adopta la gravísima decisión de parar las renovables con los
argumentos torticeros de la patronal eléctrica, cuestionados, por cierto, por un grupo de economistas que
le dejaron en evidencia en cuanto a sus conocimientos de economía y de energía. De un plumazo nos
devuelve a los tiempos pretéritos de la dependencia de los combustibles fósiles y de las nucleares y trunca
la primacía de las tecnologías y las empresas españolas renovables a nivel mundial.
El Observatorio de la Sostenibilidad de España ya lo venía diciendo: “Industria se ha rendido a la
eléctricas cuando las renovables son el futuro”. Hace unos días el catedrático de Recursos Energéticos
Mariano Marzo nos hablaba del coste de la adicción a los fósiles y señalaba cómo los países europeos con
más deuda son precisamente los más dependientes de una energía que no pueden producir. También hace
poco el canario Juan Verde, asesor de Obama, nos advertía que “EEUU vigila a España por las energías
renovables” ante la inseguridad jurídica que se estaba creando a los inversores norteamericanos…
De un plumazo este gobierno acaba con la posición de liderazgo mundial de España en renovables;
rompe con la garantía de suministro que supondría utilizar elementos autóctonos como el viento o el sol,
frente a las fluctuaciones y a los riesgos geoestratégicos que implican el uso de los fósiles: el mismo
Llardén, presidente de Enagás, reconocía días atrás que “ante una hipotética situación de inestabilidad en
el norte de África, más del 55% de nuestras importaciones de gas natural podrían verse afectadas. Sin
olvidar el riesgo geopolítico de Nigeria, país del que importamos el 20% de nuestro aprovisionamiento”;
permite el continuo aumento de los precios de los combustibles fósiles que importamos, y que son cada
vez más escasos, frente a la continua bajada de precios de las renovables, que en muchas zonas ha
alcanzado la paridad cuando no son más baratas; cuestiona una importante industria y un extraordinario
nicho de inversiones (más de 100.000 millones) y pone en riesgo más de 180.000 puestos de trabajo;
intensifica el incumplimiento con las directivas europeas y el compromiso ético de poner coto a las
emisiones de CO2, de metano, óxidos de azufre y de nitrógeno, metales pesados, ozono troposférico, y
otras sustancias tóxicas, radiactivas… y por lo tanto contribuye en mayor grado al calentamiento global y
a quebrar la salud del planeta y sus habitantes; paraliza la reducción de emisiones, lo que no sólo se
traduce en un impacto medioambiental sino indudablemente también económico; quiebra el ahorro de
más de 3.000 millones de euros en fósiles por el consumo de renovables, que además aportan casi nueve
mil millones al PIB; paraliza un importante escenario de exportaciones de tecnología, de investigación y
desarrollo, y de abrir brechas para una nueva economía sostenible y potente.
Y casi nada en Canarias: aquí el despropósito resulta todavía más sangrante. Además de colocarnos
sine die en la cola en la implantación de renovables en España y de profundizar en todo lo señalado
anteriormente, ante la apuesta cerril por el gas y los ciclos combinados, el abandono de las renovables
supone que corramos el riesgo de perder 5.000 empleos más y dejar en el aire más de mil millones de
inversión; según la ULL y el Cluster Ricam el precio medio de la electricidad en Canarias se sitúa entre
los 18,6 y los 26 céntimos de euro, mientras que la fotovoltaica está entre 10 y 15 y la eólica justo a la
mitad de precio que la fósil y según los datos que aporta ACER la generación convencional tiene un coste
entre 190 y 270 euros Mw/h frente a los 78 euros de la eólica y los 121 euros de la fotovoltaica.
¿Va a cuestionar el señor Soria las primas al carbón, al gas y a los ciclos combinados en
compensación por su inactividad? ¿Va a corregir el aprovechamiento fraudulento de las hidráulicas y las
nucleares superamortizadas? ¿Va a controlar las subastas tramposas de las eléctricas discutidas y
sancionadas por la CNE y por Competencia? ¿Van a seguir los nacionalistas y los socialistas canarios -¡oh
el poder!- siguiéndole-les el juego con el gas y los fósiles?
Se trata, sin duda, de un peligroso hachazo al interés general, en beneficio de un oligopolio
insaciable. Sin más, hemos dejado de mirar al futuro para anclarnos en el pasado.
(*) Alcalde de Agüimes
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