SALT (Girona), 3 de octubre de 2012 / Cartas al Director /Jesús Martínez Madrid
Cuando se habla de la “herencia recibida” por el actual Gobierno la atención suele centrarse en las ruinosas cuentas del Estado, el paro y las deudas contraídas que tantos esfuerzos está costando pagar al conjunto de los contribuyentes. Pero hay una herencia cultural de fondo, el relativismo, según el cual no existe la verdad y todos los puntos de vista tendrían el mismo valor.
El programa cultural de Zapatero pretendía diluir la fortaleza moral sustentada por la tradición cristiana, para evitar que se convirtiera en la principal fuerza de oposición a su proyecto ideológico. Parece que esa teoría relativista se ha convertido en un ariete político del que ahora se apropian los partidos nacionalistas para demoler el Estado.
Si todo es opinable, si no hay una verdad vinculante que regule la conducta de los ciudadanos y de los partidos, consecuentemente la propia Constitución se convierte en papel mojado. Si es así, por qué se ha de acatar, mi verdad es la independencia, no lo que diga la norma de otros (que será la verdad de otros igualmente válida a la mía), la general.
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