Málaga (Andalucía), 12 de abril de 2014 / Cartas al Director / Pepita Taboada Jaén
Sr. Director:
Cualquiera que, analizando una situación, se atreviese a decir: “¡esto es un pecado!” se produciría una especie de conmoción. Puede que las miradas reprocharan al atrevido, las sonrisas irónicas aflorarían, las expresiones mordaces se dispararían, y las burlas se sucederían… Parece que en algunos ambientes no se acepta el pecado, y hasta la palabra les resulta incómoda.
Pero la realidad es bien distinta. El pecado es una verdad incuestionable que afecta al hombre desde su creación. Todos recordamos la caída de Adán y Eva que les condenó al destierro. ¿Su pecado? Desoír la voz de Dios que les había ordenado no comer de la fruta del árbol prohibido y creerse el engaño de Satanás: “¡Seréis como dioses!”.Tendríamos que pararnos a reflexionar: ¿cómo consiento engañarme yo y que me engañen los demás, tantas veces? La autoestima se rebaja y el desconocimiento de la dignidad como persona, nos golpea. Aunque hay que decir también, que existen medios para rectificar.
No se debe ignorar que el pecado es, principalmente, ofensa a Dios y tan importante es la ofensa que Jesucristo, Hijo de Dios, se hizo hombre y padeció una muerte cruel para obtener así, el perdón de su Padre para todos los hombres. No es, pues, el pecado una simple anécdota.
Desde su propia experiencia, San Agustín decía que no hay nada más infeliz que la felicidad de aquellos que pecan.
Y es bueno, entre otras varias, conocer la advertencia de San Pablo: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, emulaciones, furores, provocaciones, banderías, sectas, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas; sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que los que tales obras hacen no heredarán el reino de Dios.”
Está ya muy cercana la celebración de la Semana Santa, tiempo propicio para profundizar en las verdades de nuestra fe. Nos puede ayudar a ello contemplar el rostro doliente de Jesús que, tan magistralmente, nos lo reflejan las imágenes que pasearán por nuestras calles.
Termino con unos sencillos versos dedicados al Crucificado:
Con amor lleva Cristo su madero
Atado y sumiso como un cordero.
¡Loco! le grita la chusma enfurecida.
Voces crueles a quien por ellos da la vida.
A golpes lo levantan cuando cae.
Rudas manos arrancan su vestido.
Impresa está en su rostro la agonía…
¡OH Cruz! camino, luz y guía.
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