Girona (Cataluña), 12 de abril de 2014 / Cartas al Director / Jesús Domingo Martínez
En el Jueves Santo los cristianos celebramos la institución de la Eucaristía y del sacerdocio como prenda de la entrega de Jesucristo a la humanidad. La Santa Cena es la antesala de la agonía en el huerto de Getsemaní y del desenlace de la Pasión de Cristo. Que quien es en sí mismo Amor, haya querido morir por amor a nosotros es algo que rebasa nuestra capacidad de comprensión, pero celebramos este misterio en el primer día del Triduo Santo como para que dé forma a nuestra propia vida personal y comunitaria. La profundidad de este misterio, esta “locura” de amor, ha movido a innumerables santos en la historia y ha hecho brotar una humanidad distinta, llena de atractivo y fuente de esperanza.
No podemos acostumbrarnos al acontecimiento más asombroso de la historia como si fuese algo normal y hasta rutinario. Prepararnos para acogerlo y celebrarlo requiere ese acto indispensable de humildad que es confesarse pecador, como nos ha recordado el Papa Francisco. El corazón del cristiano debe estar en permanente apertura al asombro, a la belleza, a la trascendencia de este amor que nos ha salvado, y que nos alimenta con la Eucaristía en cada jornada de nuestra vida. La muerte en la Cruz como servicio de amor supremo y la entrega de sí mismo en la Eucaristía, es el desbordarse de un Dios que es Amor y que así ha querido cambiar el mundo, contando con nuestra libre colaboración. En eso estamos cuando nos disponemos a entrar en el corazón de la Semana Santa. Aprovechemos estos días de preparación al Triduo Pascual.
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