Madrid (España), 21 de enero de 2015 / Artículo de Opinión / Arturo Pérez Reverte.
ASSOPRESS
Me acordé del Incidente
"
Charlie Brown
"
. Y de lo saludable que sería leer Historia, o simplemente
leer, para la infame, navajera, burda y poco ilustrada clase política española. La de referencias útiles que
podrían obtener. Incluso éticas, si se pusieran a ello. Modelos morales de comportamiento público -porque
luego, en privado, compartiendo negocio, los veo besarse en la boca hasta con lengua- que nos irían muy
bien a todos.
Y el conocido por Incidente
"
Charlie Brown
"
, como digo, es uno de esos modelos. Ocurrió en
una guerra mundial, la segunda, que fue una de las más atroces vividas por la Humanidad. Y sin embargo,
ahí está. Para quien quiera sacar conclusiones útiles. Para quien crea que el ser humano puede ser
honorable incluso desde bandos opuestos, en un mundo atroz y ensangrentado.
El 20 de diciembre de 1943, el B-17 norteamericano Ye Olde Pub, pilotado por el segundo teniente Charlie
L. Brown, muy averiado tras una misión de bombardeo sobre Bremen, intentaba en solitario regresar a su
base en Inglaterra, con el artillero de cola muerto y seis tripulantes heridos, incluido el piloto. Sólo tres
hombres a bordo quedaban sanos. El avión volaba a duras penas dejando una estela de humo, con un
motor parado y otro dañado, el plexiglás de la cabina roto, el timón de dirección partido y los sistemas
hidráulicos y eléctricos fuera de servicio. Sus tripulantes estaban seguros de que nunca llegarían a
Inglaterra.
Todavía sobre territorio alemán, el bombardero fue detectado por el piloto de la Luftwaffe
Franz Stigler, de 26 años de edad, que en ese momento tenía 22 derribos en su haber, y
sólo necesitaba uno más para ganar la Cruz de Caballero. A los mandos de su
Messerschmitt Bf-109, Stigler se acercó al avión enemigo, dispuesto a derribarlo, pero
comprobó con sorpresa que desde él nadie le disparaba. Que el B-17, acribillado de
metralla antiaérea, seguía su renqueante vuelo hacia la costa, que en la destrozada
torreta de cola el artillero estaba muerto, y que a través del plexiglás roto se veía a los
tripulantes heridos, ateridos de frío, intentando socorrerse unos a otros.
Entonces,
situándose junto a la cabina destrozada del aparato enemigo, Ziegler se encontró con el
rostro del piloto americano herido que lo miraba. «Para mí, dispararles en ese momento -
confesaría 40 años más tarde- habría sido como hacerlo mientras saltaban en paracaídas». Así que tomó
una decisión: situándose a su lado, muy cerca de él para que las baterías antiaéreas alemanas no lo
atacaran, Ziegler acompañó al enemigo vencido, escoltándolo hasta la costa, y allí alzó la mano en un
saludo, dio media vuelta y regresó a su base. Nunca contó la historia a sus jefes..
Charlie Brown pudo llevar su avión hasta Inglaterra. Y allí l
e
prohibieron dar publicidad a un incidente que revelaba la humanidad
de un enemigo que volaba con la esvástica nazi pintada en el timón
de cola. Tardó mucho tiempo en hablar de ello, pero al fin empezó a
investigar. Habrían de pasar 40 años hasta que Brown diese con el
hombre que salvó su vida y la de sus compañeros.
Tras muchas
pesquisas, recibió al fin una carta desde Canadá con un breve
texto: «Yo era él». Se encontraron, fueron amigos el resto de su vida
y murieron ancianos, como si el Destino los tuviera vinculados desde
aquel día lejano, en 2008, con sólo unos meses de diferencia. En
ambas esquelas mortuorias, Stigler y Brown fueron mencionados como «hermano especial» del otro.
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