Cáceres (Extremadura), 24 de junio de 2015 / Artículo de Opinión / Juan García Rodriguez
Durante la campaña electoral hemos sufrido un hartazgo, provocado por los llamados partidos emergentes que decían aborrecer, sobre el intercambió de cromos y de sillones, por parte de la casta. Pero eso era antes de acariciar el poder. Apostaban por una serie de líneas rojas infranqueables para conceder su beneplácito a la lista más votada. Todo eso, han pasado algunas semanas, parece cosa ya de un pasado remoto, de un tiempo ancestral, y que, como tal, carece de vigencia i valor.
Cierto es que el sarcasmo es consustancial a la existencia misma del hombre y por tanto de las gentes y de los pueblos. Sin embargo, lo que transciende estos días con determinados comportamientos no deja de ser una auténtica moción de censura a los propios compromisos, adquiridos, bien es verdad, al abrigo de la campaña. Y esto es poco serio. No alcanzo a comprender cómo en un plisplás se dilapidan postulados y se destruyen de manera impune decálogos supuestamente suscritos con los electores, evidenciando una preocupante falta de respeto hacia la voluntad expresada en las urnas.
El baile es fiado, y por lo tanto, el cambio de pareja vale en función de la plaza en la que se pruebe la coreografía. Y mientras, algunos de los que propugnaban sin cesar la total regeneración política, y hasta la abolición de la casta, comienzan a estornudar por culpa del polvillo que levantan al pisar ya las primeras alfombras. En fin, más de lo mismo. Hacen buena la expresión “Donde dije digo, digo diego”.
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