Girona (Cataluña - España), 5 de octubre de 2015 / Cartas al Director / Enric Barrull Casals
El líder populista es un hombre de fe, de fe en sí mismo y en su misión histórica. A él le toca llegar al poder para salvar a la humanidad (o, al menos, a los de su pueblo o parroquia) y como esa es su misión mesiánica los medios son todos lícitos: mentiras, travestismos ideológicos, engaños, manipulaciones, violaciones de derechos… si se juzgan necesarios o convenientes bienvenidos son si coadyuvan a la gran misión: la toma (o la conservación) del poder. Por eso el populismo suele ir unido al caudillismo: hay un líder que encarna la misión, un führer, un duce… con coleta o sin ella. El líder es necesario para el populismo pues al fundarse en emociones hay que despertarlas y las emociones las despierta mejor una cara concreta que un slogan abstracto.
El populismo creciente es hijo y expresión de la crisis humanista de nuestra época. Y tiene futuro, mientras no apostemos por recuperar la confianza en la razón, la fe en la verdad, la conciencia de que la realidad (empezando por la naturaleza humana) es normativa. El populismo es políticamente contagioso: en España el PSOE ya está muy contaminado de populismo y el PP se desliza –aunque tímida y vergonzosamente– hacia planteamientos populistas.
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