Sant Feliu de Guíxols (Girona), 11 de abril de 2016 / Cartas al Director / Pedro García
Llevamos un tiempo que no hay día que no aparezca algún caso de corrupción, algunos graves como los de estos últimos días. Al mismo tiempo, confieso que me agotan las continuas declaraciones contra la corrupción, cuando tan poco hace la mayor parte de los responsables para erradicarla. Y, a riesgo de repetirme, me permito insistir -sin pretender erigirme de ningún modo en maestro de moral- en la necesidad de la ética personal en la acción pública, frente al endurecimiento de la sensibilidad colectiva, a pesar del número y entidad de las conductas inciviles.
No recuerdo si la iniciativa de la fiscalía especial contra la corrupción fue del PSOE, con el respaldo del PP, o al revés. Pero temo muy mucho que, desde entonces, ha crecido la delincuencia: alguno dirá que, gracias precisamente al trabajo del ministerio fiscal… Aunque, en realidad, no es fácil saber –tan penosamente lenta resulta la administración de justicia‑ si han aumentado o no los delitos tipificados en las leyes penales. Sí ha crecido, y no sin frecuentes desmesuras antijurídicas, la abundancia de información sobre hechos supuestamente condenables: salen día sí y día no en los medios, mientras trascurren meses y años de “instrucción”, sin acto judicial que anule la presunción de inocencia.
A mi entender, la raíz del problema no es jurídica, aunque ciertamente hay leyes mejores y leyes peores. Y, en el campo del Derecho, no faltan alguaciles alguacilados: hace unos días se celebraba en Francia el proceso contra un famoso ministro de hacienda. Había sido nombrado por François Hollande con un cometido específico de luchar contra la corrupción y la evasión fiscal. Tuvo que dimitir, por tener cuentas bancarias en Suiza, al parecer fraudulentas. Poco antes se había creado también en el país vecino una fiscalía especial “financiera”. Repito, lo que necesitamos es una regeneración ética.
Llevamos un tiempo que no hay día que no aparezca algún caso de corrupción, algunos graves como los de estos últimos días. Al mismo tiempo, confieso que me agotan las continuas declaraciones contra la corrupción, cuando tan poco hace la mayor parte de los responsables para erradicarla. Y, a riesgo de repetirme, me permito insistir -sin pretender erigirme de ningún modo en maestro de moral- en la necesidad de la ética personal en la acción pública, frente al endurecimiento de la sensibilidad colectiva, a pesar del número y entidad de las conductas inciviles.
No recuerdo si la iniciativa de la fiscalía especial contra la corrupción fue del PSOE, con el respaldo del PP, o al revés. Pero temo muy mucho que, desde entonces, ha crecido la delincuencia: alguno dirá que, gracias precisamente al trabajo del ministerio fiscal… Aunque, en realidad, no es fácil saber –tan penosamente lenta resulta la administración de justicia‑ si han aumentado o no los delitos tipificados en las leyes penales. Sí ha crecido, y no sin frecuentes desmesuras antijurídicas, la abundancia de información sobre hechos supuestamente condenables: salen día sí y día no en los medios, mientras trascurren meses y años de “instrucción”, sin acto judicial que anule la presunción de inocencia.
A mi entender, la raíz del problema no es jurídica, aunque ciertamente hay leyes mejores y leyes peores. Y, en el campo del Derecho, no faltan alguaciles alguacilados: hace unos días se celebraba en Francia el proceso contra un famoso ministro de hacienda. Había sido nombrado por François Hollande con un cometido específico de luchar contra la corrupción y la evasión fiscal. Tuvo que dimitir, por tener cuentas bancarias en Suiza, al parecer fraudulentas. Poco antes se había creado también en el país vecino una fiscalía especial “financiera”. Repito, lo que necesitamos es una regeneración ética.
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