Salvo en los asuntos humanos básicos, no hay más que diferencias entre individuos, incluso entre gemelos univitelinos
Sant Feliu de Guíxols (Girona), 29 de septiembre de 2017/ Cartas al Director / Pedro García
Esa matraca que insiste en equipararnos en todo, censurando o dejando de celebrar el liderazgo de quienes sobresalen por sus méritos o capacidades, está detrás de algunos de los problemas que nos abaten.
Esta creciente pujanza del igualitarismo complica en alto grado el progreso. La capacidad de los mejores de servir como modelos para los demás, de ejercer de inmejorables espejos en donde mirarse, desaparece cuando se sustituye por la uniformidad mediocre y envidiosa, dispuesta a atajar cualquier singularidad para garantizar así su pervivencia cómoda y anodina, tantas veces con la finalidad de atenuar complejos de inferioridad imposibles de superar ante los campeones. Las avinagradas invectivas de ciertos sectores hacia la filantropía de los magnates es una prueba inequívoca de esto que comento.
No existe estímulo más eficaz para una sociedad que el operado por una personalidad de éxito, en cada uno de los terrenos. Una nación repleta de estas gentes resulta sencillamente insuperable. Aquella en la que se reniegue de ellos, no pasa de un amargado erial. La atracción y ansia de emulación hacia un fuera de serie proyecta de inmediato sobre su entorno el más potente acicate, como tanto reconocemos en el ámbito deportivo. Y es que el igualitarismo nos puede llevar a el anodismo colectivo.