Quito (Ecuador) , 06 de mayo de 2015 / Artículo de Opinión / Agustín Ortega Cabrera (*) ASSOPRESS
Actualmente están en auge los estudios de pensadores y acreditados neurólogos, profesores universitarios e investigadores. Siguiendo entre otros lo más valioso de la obra de Darwin, estos estudios de neurociencias, en dialogo con la filosofía o pensamiento, nos presentan al ser humano como constituido bio-psicológicamente por la colaboración y cooperación con los otros. La persona está movida o motivada, animada por el sentido de dignidad y justicia con los otros; frente a la antropología e ideología neoliberal del individualismo posesivo, como es la del “gen egoísta” popularizado por Dawkins.
Actualmente están en auge los estudios de pensadores y acreditados neurólogos, profesores universitarios e investigadores. Siguiendo entre otros lo más valioso de la obra de Darwin, estos estudios de neurociencias, en dialogo con la filosofía o pensamiento, nos presentan al ser humano como constituido bio-psicológicamente por la colaboración y cooperación con los otros. La persona está movida o motivada, animada por el sentido de dignidad y justicia con los otros; frente a la antropología e ideología neoliberal del individualismo posesivo, como es la del “gen egoísta” popularizado por Dawkins.
La persona, en su misma naturaleza humana, es libre, liberadora y disponible al servicio del bien, del compromiso ético por la vida, dignidad y justicia con los otros. Las conocidas comoneuronas espejos, asimismo, nos muestran esta inter-relación, empatía y reconocimiento de los seres humanos entre sí. Lo que impulsa a una civilización mejor, con unas relaciones humanas e internacionales más dignas.
Así se abre todo un dialogo fecundo con la filosofía y la teología, con la espiritualidad o antropología y ética teológica Ya que, por ejemplo, la cosmovisión cristiana del ser humano nos presenta de forma similar a las personas que, como imagen y semejanza de Dios, en su misma entraña son bondad, amor y justicia hacia los otros. Las personas constitutivamente somos seres comunitarios y sociales, éticos y solidarios. Cuando se atenta contra este sentido de fraternidad, solidaridad y justicia, se causa daño y se margina al otro, entonces se produce la agresividad que, si no es encauzada correctamente, puede desatar la violencia.
La agresividad o ira se manifiesta como señal ante esta violencia que daña y margina al otro, es un signo alarmante de querer vivir y convivir de forma adecuada, digna y justa. Si esta violencia persiste, y si no se regula bien la agresividad como respuesta o signo controlado ante esta, la violencia se reproduce y expande, en una espiral sin fondo.
En sintonía con lo más valioso del pensamiento y filosofía, de las ciencias sociales y teología, como la latinoamericana, vemos que la primera y más grave violencia es la co-relación entre el mal personal y socioestructural. Esto es, esas inter-relaciones personales o humanas, comunitarias y sociales que con sus culturas e ideologías, con sus estructuras políticas y económicas: dañan, oprimen y excluyen a las personas y pueblos. Ya en la revolución neolítica y actualmente con el capitalismo, la dictadura del economicismo, del mercado y beneficio como ídolos, provoca toda una espiral de agresividad descontrolada y violencia.
Ante este economicismo e individualismo que causa la injusticia, desigualdad y, como consecuencia, la violencia, el ser humano a lo largo de su historia ha establecido unos códigos éticos y morales que le hagan frente. Vemos, pues, que en lo más valioso y global de estos planteamientos neurocientíficos y filosóficos se nos presenta una antropología o psicología integral. En donde lo físico-psíquico se inter-relaciona con lo cultural y moral, frente a relativismos e integrismos varios.
Es un conocimiento e inteligencia global, emocional-sentimental, ética y social que co-relaciona: la razón y la emoción; el pensamiento y el sentimiento; la conciencia y la moral, que contempla entonces la realidad y lo humano de forma integral. Y en esta capacidad de generar humanización y vida ética, las religiones pueden aportar mucho y bueno como caudal de moral y espiritualidad que promueven la paz, la solidaridad y la justicia. Lo que conlleva todo un dialogo inter-cultural e inter-religioso, que haga posible una ética común (global) y un compromiso social compartido. Para, de esta forma, buscar unas relaciones familiares, sociales e internacionales justas y fraternas, lejos de toda injusticia y violencia.
El principal caldo de cultivo de la violencia y guerras es la desigualdad e injusticia social y global, como la actual, donde unos pocos ricos acaparan, cada vez más, la mayor parte de los bienes a costa del empobrecimiento y exclusión de la mayoría de los seres humanos.
(*) Doctor en Sociología