Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), 28 de septiembre de 2013 / Artículo de Opinión /Agustín Ortega Cabrera. (*) ASSOPRESS
Vivimos tiempos convulsos y revueltos, con oleadas de violencias, guerras e injusticias, de fundamentalismos ideológicos, religiosos, etc. que pervierten lo más profundo de lo humano y de la fe. En la entraña de toda verdadera religión o espiritualidad, con su diversidad de identidades o expresiones (frente a todo sincretismo o monismo), está o debería estar este Rostro del Dios Amor, Justicia y Paz. El Dios que nos quiere liberar de todo mal y egoísmo, de toda injusticia y violencia, y por eso mismo se compromete preferencialmente con aquellos que no disfrutan de esta justicia y fraternidad. No quiere que seamos poderosos porque no quiere aplastados, no quiere que seamos ricos para que no existan así las desigualdades y los pobres, no quiere que seamos violentos porque no quiere guerras ni odios.
Estos principio y valores comunes o universales de la paz y de la justicia, de la solidaridad y la fraternidad, la opción y defensa de los pobres…, que los creyentes identificamos (o lo deberíamos hacer) con el verdadero Dios, permiten el dialogo y encuentro entre las diversa religiones; en este sustrato común de toda autentica Imagen de Dios con sus valores compartidos y universales. Y, todavía más, también posibilita la comunicación y colaboración entre los creyentes y no creyentes, porque dichos principios y valores pertenecen por igual a la identidad más profunda del ser humano. De esta forma, es posible una antropología y ética básica o compartida, civil e intercultural, universal o planetaria-global que desde estas realidades y valores comunes, universales, promueve el entendimiento, la convivencia y fraternidad entre los pueblos de la tierra.
En este sentido, desde una perspectiva integral y cualificada, tal como la entiende por ejemplo la tradición bíblica y eclesial o la Doctrina Social de la iglesia, la paz es la promoción de las capacidades, desarrollo y liberación global de todos los seres humanos. El nombre de la paz: esla verdad, la justicia y el bien común (Juan XXIII); el desarrollo solidario e integral que satisface las necesidades básicas y necesarias, frente a la injusticia y desigualdad (Pablo VI); la solidaridad en el compromiso por la transformación de las actitudes y estructuras sociales de pecado, de mal e injusticia, que generan la pobreza y el subdesarrollo de los pueblos (Juan Pablo II)
La paz supone la defensa de los derechos, la vida y dignidad de las personas, de los pueblos, frente a aquellos que los dominan y empobrecen, oprimen y violentan. No hay verdadera paz donde existen culturas, estructuras y sistemas injustos que causan tiranía y dominación, hambre y miseria, explotación y marginación social, deshumanización y falta de sentido ético y solidario en la vida: todo ello es el caldo de cultivo, a su vez, de la violencia, de la guerra y de los conflictos sociales. La búsqueda de la paz no es solo ausencia (no causar) violencia o guerra, sino que, de la misma forma (constitutiva e imprescindible), es un actuar o praxis activa y transformadora para revertir las ideologizaciones y sistemas con sus estructuras inhumanas, violentas e injustas, en el bien común y la justicia social.
Como nos enseña el Concilio Vaticano II, “para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son las que alimentan las guerras. Entre esas causas deben desaparecer principalmente las injusticias. No pocas de éstas provienen de las excesivas desigualdades económicas y de la lentitud en la aplicación de las soluciones necesarias. Otras nacen del deseo de dominio y del desprecio por las personas, y, si ahondamos en los motivos más profundos, brotan de la envidia, de la desconfianza, de la soberbia y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar tantas deficiencias en el orden, éstas hacen que, aun sin haber guerras, el mundo esté plagado sin cesar de luchas y violencias entre los hombres. Como, además, existen los mismos males en las relaciones internacionales, es totalmente necesario que, para vencer y prevenir semejantes males y para reprimir las violencias desenfrenadas, las instituciones internacionales cooperen y se coordinen mejor y más firmemente y se estimule sin descanso la creación de organismos que promuevan la paz” (GS 83)
De esta forma, ante la actual globalización neoliberal-capitalista. En donde unos pocos poderosos y enriquecidos a la búsqueda del ídolo del mercado y del beneficio, de la competitividad salvaje, mantenedora y generadora de violencia o guerras para salvaguardar esta cultura, estructura y sistema neoliberal-capitalista injusto: causante del hambre, empobrecimiento y muerte de tantos, tantos…seres humanos; frente a todo lo anterior, decimos, que las religiones y la fe, si de verdad quieren mostrar su rostro creíble, deberán oponerse y denunciar dicha globalización del capital y de la guerra; anunciando y promoviendo asimismo, junto otras personas o colectivos humanos, otra globalización más humana y justa, de la paz, fraterna y solidaria. Esa otra globalización y mundo posible, necesario, humano, justo y pacífico que Dios quiso y quiere en su proyecto para la vida, eso que todos los seres humanos anhelamos.
En esta línea, frente a las guerras que es una crueldad (cf. GS 80) y esclavitud (cf. GS81), se debe promover una cultura de la justicia y de la paz, unas leyes y autoridades mundiales donde “pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra” (Cf. GS 82). Para todo ello se hace necesario que se termine con la carrera de armamentos, un desarme simultaneo (cf. GS 82), mundial; acabando así con la industria militar y bélica que impide erradicar la miseria y la exclusión en el planeta, con cuyos recursos y bienes se podría acabar con el hambre y la pobreza en el mundo (cf. GS 81). “La carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara” (GS 81). Hay que erradicar las guerras “y toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, que es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (GS80). Las guerra son un negocio, son "guerras comerciales para vender armas" como ha denunciado el Papa Francisco con motivo de la posible guerra en Siria.
No hay pues guerra justa, ni la guerra el camino de la paz, sino que la paz es el camino (de la vida), como resuena en el clamor de la humanidad. Toda guerra es un fracaso de la inteligencia humana, un profundo fracaso moral. Por lo que hay que decir otra vez y siempre “nunca más la guerra”; tal como nos han enseñado todo lo anterior Pablo VI, Juan Pablo II y nos los recuerda hoy el Papa Francisco, frente a todos aquellos que preparan y apoyan la intervención militar, la guerra en Siria.
(*) Agustín Ortega Cabrera. Doctor en Psicología y Sociología.