Cada
pueblo y ciudad tiene sus propias leyendas o historias, algunas son ciertas,
otras nacieron de la superstición o de la imaginación de las gentes. La ciudad
donde vivo también tiene sus leyendas, no conozco las más fantásticas, pero
después de 2000 años de historia y convivencia, se han ido sucediendo
acontecimientos, situaciones y anécdotas que han quedado más o menos
documentadas, en la memoria popular, o en los periódicos locales, y cuando
trabajé en la excavación arqueológica, tuve la oportunidad de conocer algunos episodios
interesantes sobre algunos ilustres y no tan ilustres personajes que vivieron y
nacieron en mi ciudad. Hay que saber desde un principio que en esta ciudad, le
das una patada a una piedra y te sale un romano momificado, un moro o un judío,
y si no es un cadáver, resulta ser un plato roto, un cacho de muro o un suelo.
El que esta ciudad sea tan antigua da pie a que tenga muchas historias entre
sus muros y debajo de sus piedras, he aquí algunas perlas del pasado, que he
ido reuniendo mientras vivía aquí.
Primera historia: la casa natal de
Cervantes no es tal, no por el hecho de que no naciera aquí, que eso según
parece ya ha quedado demostrado, si no por que la casa no es la original de la
época, de aquellos tiempos solo queda un muro, lo demás es una reconstrucción
basándose en lo que los expertos de hace 50 años creen que pudo ser, debo decir
que no me fío demasiado de que la reconstrucción sea muy fidedigna, hace 50
años los expertos de la época no estaban muy bien informados, ahora saben
bastante más, y con todo y con eso, siguen haciéndose preguntas, pero como los
visitantes son todos tan ignorantes como las personas que decidieron
reconstruir la casa, pues no tiene demasiada importancia si el resultado no es
satisfactorio, después de todo nadie se da cuenta de las meteduras de pata que
pueda haber.
Segunda historia: uno de los personajes
más conocidos e ilustres de mi ciudad fue sin duda San Diego, famoso por que
mientras estuvo vivo se dedicaba a robar comida en las casas más adineradas
para luego repartirla entre los pobres; y no era nada discreto el hombre,
entraba por una puerta con las manos vacías y salía por otra con varios kilos
de sobrepeso entre los pliegues de la ropa, y hasta le desbordaban, cuentan las
malas lenguas que en alguna ocasión le pillaron con las manos en la masa, y
mientras él ponía caras inocentes y trataba de negar la evidencia, la pata de
jamón que acababa de robar se le escurría por los calzones. A pesar de todo,
después de su muerte, se le tenía tan bien considerado y se le respetaba tanto
que decidieron hacerle un entierro por todo lo alto, con un bonito sarcófago
labrado, un sarcófago tan pequeño que para meterle dentro tuvieron que cortarle
las piernas. No contentos con el enterramiento tan caro, además le hicieron
santo, y el eco de su nombre llegó hasta la Casa Real. Por aquel entonces, el
hijo del rey Felipe II tuvo una mala caída del caballo y quedó postrado en cama
en un estado que hoy podríamos describir como comatoso, los médicos no sabían
qué hacer y el chico no quería despertar, cuando el rey oyó hablar de los
restos momificados de nuestro santo de la ciudad, no queriendo desaprovechar
ninguna oportunidad de curar a su hijo, mandó que le trajeran el cadáver, y lo
metió enterito en la cama con su hijo, el chico tardó menos de un día en
despertar (entre nosotros, yo en su lugar habría salido por piernas de aquella
cama), pero el rey quedó tan satisfecho con el resultado, que antes de devolver
el cadáver le quitó un hueso y se lo quedó, lo guardó como una reliquia, y desde
entonces, la familia real española ha sido muy devota del santo de nuestra
ciudad.
Tercera historia: la de los Santos Niños
Justo y Pastor, estos niños nacieron y vivieron en la antigua Roma, cuando aún
estaba de moda perseguir a los cristianos y echarlos a los leones, los niños
fueron ajusticiados, y fueron de los primeros santos elevados al altar por la
Iglesia en nuestra península. Recientemente en una obra en uno de los solares
más céntricos de la ciudad se encontraron los restos de unos cuerpos, y alguien
tuvo la genial idea de decir que eran los Santos Niños, si les hubieran
preguntado a un arqueólogo, o a cualquier experto en anatomía humana, les
habrían dicho que aquellos restos habían dejado de ser niños mucho antes de
morir, tampoco coincidía la fecha de enterramiento, que era muy posterior, ni
el lugar, pues a los chiquillos los tiraron a los leones como era la costumbre,
por lo que no pudo haber cadáver, ni enterramiento, ni esqueletos que valga…
pero nuestro querido alcalde quería tener una cripta con los restos de los
niños y se empeñó en que tenía que conseguirla, de modo que en cuanto vio la
oportunidad, señaló los restos como válidos.
Les buscó un certificado de autenticidad,
y los metió en un cofre labrado muuuuuy bonito y muuuuuy caro, y los colocó en
la cripta de la iglesia catedral, y les puso unas pocas medidas de seguridad,
consistentes en un sensor que si te acercas en exceso, activa una alarma y
pita. No sé si las medidas de seguridad son efectivas, no tengo noticia de que
hayan intentado robar a los “Niños”, lo que sí sé es que la alarma pega unos
sustos de muerte, te destroza los tímpanos y te deja un bonito dolor de cabeza
de recuerdo, lo sé por que lo he visto, lo he oído y lo he sentido. La cripta
en la que se encuentran los restos es bastante coqueta, pero algo pequeña, en
cuanto entra un grupo con más de 10 personas ya está abarrotada y la gente no
tiene más remedio que acercarse al sensor, que por cierto es muy sensible. El
resultado final es que la alarma pita varias veces al día cuando se abre la
cripta, con la consiguiente molestia para los visitantes que están allí
visitando el cofre, (los esqueletos de los niños no se ven), y para los que
están encima de la cripta escuchando la misa o la música del órgano si está
sonando.
Cuarta historia: Junto a la cripta de los
Santos Niños hay un sepulcro de otro ilustre difunto de nuestra ciudad,
consiste el sepulcro en un sarcófago de piedra labrada con la imagen del muerto
en la tapa, algo muy del gusto de la época. No recuerdo su nombre, no sé qué
hazañas llevó a cabo este personaje mientras estuvo vivo, pero su muerte ha
resultado ser tremendamente fructífera, pues según cuenta la leyenda si eres
una moza casadera, solo tienes que pasar la mano sobre su nariz, para que te
consiga un novio que te lleve al altar. La mano hay que pasarla sobre la nariz
de la estatua que está tallada sobre el sarcófago, nada de meter la mano dentro
de la tumba ni entrar en contacto directo con el muerto, que para eso ya
tenemos al de las piernas cortadas. No sé si la leyenda es cierta o si las
mozas de mi ciudad han sido siempre muy crédulas (no hay estudios estadísticos
sobre el tema que lo desmientan), pero después de varios siglos de tradición,
la nariz del buen difunto empieza a notar el paso de las manos, y según mis
cálculos solo podrá atender unas 20.000 peticiones más, tras las cuales, se
hará necesario ponerle a la escultura una prótesis nasal para que vuelva a ser
lo que fue en un principio, pues ya empieza a achatarse.
Quinta historia: Hace algún tiempo,
leyendo un periódico local, encontré este titular: “Encuentra una tumba
medieval en su sótano sin permiso”. Si los políticos y demás personajes
públicos guardan los esqueletos en el armario, junto a los trapos sucios y los
homosexuales de la familia, nosotros los alcalaínos, que somos más chulos que
un ocho, tenemos unos esqueletos con más de mil años, que ya es solera, los
guardamos en el sótano, por que está más fresquito y se conservan mejor, y
además vienen con la casa a cuestas como los caracoles. Nuestra ciudad es tan
antigua, y llevamos tanto tiempo viviendo en ella que ya hemos perdido la
memoria de los antepasados que nos acompañan tras los muros de nuestras casas,
no es raro entonces que a poco que muevas un mueble o tires una pared, salga el
ancestro a recordarte donde tienes plantados tus pies. Lo más sorprendente es
que ahora nos dicen que no podemos encontrarlos si no tenemos permiso… ¿puede
alguien explicarme esto, por favor? Bromas a parte, tendremos que leer el
artículo que viene después de semejante titular para que podamos entenderlo.
Según decía el artículo, el hombre vivía
en una de las calles más céntricas de la ciudad, en el casco antiguo, y decidió
hacer una pequeña obra en el sótano de su casa para ampliar sus dependencias,
por supuesto pidió un permiso de obras, y se lo concedieron, y además le dieron
autorización a meter determinado tipo de maquinaria para trabajar, pero el
hombre quiso pasarse de listo y la maquinaria que buscó era un poco más grande
de lo estipulado, lo que viene a significar que no tenía permiso… y encima va y
encuentra una tumba con un muerto dentro… es el colmo.
Sexta historia: tenemos también el
recuerdo del paso de uno de nuestros más ilustres escritores que según parece,
cursó estudios universitarios aquí; me refiero a Don Francisco de Quevedo y
Villegas, quien en sus años mozos pasó por nuestra universidad. El chico
disfrutaba saliendo de parranda con frecuencia, y tanto se divertía que volvía
de sus juergas muy entrada la noche y pasado el toque de queda, razón por la
cual solía encontrarse las puertas de la casa donde vivía cerradas, para evitar
regañinas y otros problemas, sus compañeros de estudios le esperaban levantados
y cuando les daba la señal de su regreso le tiraban una cuerda por la ventana
para que trepara, en una ocasión quisieron gastarle una broma, y cuando estaba
a mitad de camino entre el suelo y la ventana, empezaron a balancearle de un
lado a otro, se armó un buen jaleo, y los alguaciles que vigilaban la noche
fueron a investigar.
A la voz de quién vive, se oyó la
respuesta desde las alturas:
—Soy Quevedoooooo, que ni sube ni baja ni
está quedoooooo.
Ya por entonces apuntaba maneras el
muchacho.