Barcelona, 1 de abril de 2010 |Cartas al Director | Eva Catalán
Todos hemos leído con estupor como el suicidio es hoy la primera causa de muerte no natural. Quizá en este nuestro mundo, viejo y desesperanzado, haga falta acudir a una luz que nació hace miles de años cuando una Virgen quiso tomarse muy en serio el encargo de ser la Madre de Dios, porque Dios, primero, nos había tomado muy en serio. ¿Y cómo nos afecta eso?
La fiesta de la Anunciación, que en breve celebrará la cristiandad, nos dice que Ella vistió de espera grata el resurgimiento en la carne de todo un Dios, nos hace paladear que un Paraíso nos aguarda si somos fieles a la ley que ordena el orbe y a cada individuo en particular, nos enseña que la Madre de Dios es madre nuestra a la que podemos acudir sin necesidad de audiencia, para someter bajo su mirada el tiempo de nuestra vida, con sus heridas y victorias, porque Ella, por encima de todo, nos propone un mundo mejor, allí donde nos encontramos, si sabemos darle el sabor de una vida interior en unión con Jesucristo.
Las crisis se llevan mejor de la mano de la Madre-Virgen que experimentó las cimas del dolor y del amor como nadie desde el principio del mundo. La religión abre puertas al horizonte de la esperanza, jamás las cierra, y Ella, mujer de nuestra raza, lo supo cuando ofreció su seno para recibir y gestar al Hijo de Dios.
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