Girona, 16 de agosto de 2010 | Cartas al Director | Jaume Catalán Díaz.
En la actual apoteosis del laicismo radical, que tiene tintes volterianos y que se parece mucho al anticlericalismo del siglo XIX, el Papa no tiene otra arma que la de la mansedumbre del Rey al que representa. “¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso?”. Estas palabras, traducción libre, del Salmo 2 estarán presentes a lo largo de los siglos. La oposición está servida y no podemos extrañarnos que el mundo odie a los cristianos porque también odió a Cristo, pero nunca lo plantearán como una lucha de malos perseguidores contra buenos cristianos. Por el contrario, invertirán los términos: los cristianos no son los buenos sino gentes que están en contra de las leyes establecidas, secundadas por la mayoría social, y que tienen comportamientos injustos, por no decir reprobables. Siempre fue así el planteamiento desde que el mismo Jesús fue condenado por las autoridades religiosas y civiles de su tiempo.
Pero la batalla no está perdida porque el Señor es un Rey en la cruz, y la fe cristiana nos habla de su Muerte y Resurrección. Sin embargo, desde su nacimiento está destinado a ser signo de contradicción. También hoy lo es su Siervo Benedicto XVI. Los cristianos tienen que acompañar, más que nunca, a este Papa, y a quienes le sucedan, en los Getsemanís contemporáneos.
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