lunes, 4 de julio de 2011

Escollo moderno a la tradición cocalera

Bolivia, 4 de julio de 2011 | Crónica | Bruno Peron Loureiro.

En los alrededores del Mercado Campesino en Sucre, la capital constitucional de Bolivia, en febrero de 2011 noté algunas señoras que vendían bultos de hojas de coca y cigarros en kioscos. Extraían paquetes cocaleros de un saco enorme y los separaban en empaques pequeños que vendían por cinco o diez “bolivianos”, nombre popular de la moneda nacional.

Los barrios de Potosí disponen también del frasco plástico de alcohol potable Ceibo, de 96º GL -más fuerte que el alcohol de cocina- a la venta en estantes compartidos con cigarros y el típico saco con hojas de coca, para los mineros que enfrentan el “queso suizo” subterráneo en que se convirtió esa una vez rica y próspera ciudad.

El refresco Coca-Cola tiene un acceso tan grande, libre y penetrante en el “mercado” boliviano, que avala la ubicuidad de la hoja de coca en este país andino (la transnacional compra la mitad de toda la producción). El consumo de esta planta se arrastra desde siglos en Bolivia, sin embargo se teme la pérdida de esta tradición indígena, una entre tantas otras que cedieron a las conveniencias de los extranjeros.

El inconveniente reside en la presencia de la hoja de coca en la lista de narcóticos de la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Narcóticos de 1961, a la que Bolivia se adhirió en 1976. El país de esta manera, y luego de tanto tiempo, se dispone a evadir el tratado por discordar con la criminalización de la hoja de coca, por motivos culturales y evidentemente económicos.

En primer lugar la masticación de la hoja de coca es un hábito popular en los países andinos para lidiar con los efectos de la elevada altitud, evitar enfermedades y controlar el hambre. La Constitución Boliviana promulgada en febrero de 2009 declara que la coca no es un estupefaciente en su estado natural y que el estado protege esta planta como “patrimonio cultural” y “factor de cohesión social”.

El segundo argumento para la recesión del acuerdo se resume en la constatación de que Bolivia, Colombia y Perú son los tres mayores productores mundiales de coca y cocaína. ¿Qué se espera entonces de un país cuando se inhibe una de los principales engranajes de su economía? Es como quebrar a los Estados Unidos prohibiendo su disparatada y sanguinaria industria bélica.

Estoy de acuerdo con que la transformación de la coca en cocaína es dañina e insalubre y que el hábito del consumo de coca es usado muchas veces como una fachada.

Con todo, son muy pocos los que cuestionan la voracidad Estadounidense en vender sus armamentos, que son tan o más condenables que los narcóticos, mientras se hace escándalo contra la pequeña y aislada Bolivia, que ni ha podido conquistar su acceso al mar porque Chile no se lo permite.

Se reprende a los pequeños y se libera a los grandes.

Evo Morales, primer presidente verdaderamente boliviano, no continúa con la venta de su país iniciada por sus ejecutivos antecesores. La revierte a través de múltiples políticas. Estos eventos ya han provocado la expulsión de emisarios norteamericanos en Bolivia, como el embajador Phillip Goldberg en septiembre de 2008 acusado de conspirar contra el gobierno boliviano.

La DEA (Drug Enforced Administration) es tan mal querida en Bolivia como la restante USAID (United States Agency for International Devenlopement) las que siempre quieren a cambio un pedazo más de este pobre país andino.

El tráfico de drogas convoca al mundo a discutir el tema de modo de elaborar estrategias que alivien el problema y que traten a los dependientes más a través de políticas sanitarias que represivas. La organización AVAAZ enseña nuevos sistemas de alarma y presión política sobre el tema en varios países a través de la Internet y las redes sociales.

Hay urgencia de conducir el problema por las vías de un debate amplio y transparente. El cambio partirá de la buena voluntad de quienes no toman necesariamente las decisiones más importantes, pero reconocen su potencial transformador aunque sea en un clic.

Los narcotraficantes limitan su esfera de influencia en México a tal punto que los periodistas se impiden de hacer reportajes sobre esta materia a fin de sufrir represalias.

El miedo recorre las narcosociedades modernas, cuyos empresarios no dudan en vender lo que es dañino a fin de garantizar su renta. Los consumidores y distribuidores de narcóticos temen al vicio, a la dependencia y a la represión. Sus médicos prestan atención al “porro” y al tráfico de los pequeños distribuidores, mientras el “capo” goza de sus mansiones y demás regalías.

¿En qué se transforma en este ínterin la tradición de las hojas de coca?

El tratado de 1961 promueve la destrucción de tradiciones centenarias en pro de un combate que apunta a reducir la transformación de la coca en cocaína, pero que criminaliza la masticación de estas hojas culturales, económicas, medicinales y redentoras.

Bolivia ahora elige gobernantes que resisten el reparto neocolonial de sus recursos naturales, como el gas natural, la plata y el zinc, a diferencia de Egipto y Libia, territorios en los que la Nestlé previó una inversión millonaria. Apenas caen los “dictadores” Mubarak y Gaddafi y ya se levanta la dictadura del mercado y sus artificios financieros del dinero invisible.

Que no se hunda más un país que resiste a los pretensiosos y los que se reparten el mundo, así como la Honduras legítima se derrumbó por un golpe militar en junio de 2009 y la Organización de los Estados Americanos (OEA) aprobó esa barbarie.

La hoja de coca es una tradición para algunos y un negocio para otros.

¿Desde qué punto de vista veremos esta cuestión?

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