Grecia, 4 de julio de 2011 |Crónica | Carlos Maldonado
La impronta que produjo el remezón español fue efecto del griego anterior. Sin embargo, ahora una nueva réplica, más fuerte que la primera, se vuelve a repetir en las tierras helénicas. Los diputados del partido de Yorgos Papandreus en solitario (la oposición se retiró para no mancharse las manos de sangre) aprobaron el paquete neoliberal impuesto por la Unión Europea como condición previa para hacer correr la “ayuda” económica a Grecia.
La voz popular no se hizo esperar. Miles de trabajadores griegos lanzados a las calles radicalizaron la protesta al chocar con al policía. La huelga de 48 horas propuesta por los sindicatos griegos arrojó el primer matiz violento. Y eso fue en las primeras 24 horas.
Los contenidos fundamentales del “paquetazo” consisten en retirar a la quinta parte de los burócratas, bajar los salarios y subir impuestos a la clase trabajadora golpeados ya por una inflación campante.
Los acreedores de la deuda griega respiraron tranquilos. No tendrían que vender el yate y renunciar a sus caviares; serían los trabajadores los que pagarían con su modesto nivel de vida sus avatares, los que se aprieten los cinturones y contemplen en sus museos de historia el estado de bienestar que en un momento disfrutaron. Sus jóvenes los que soporten un nuevo futuro de paro e incertidumbre laboral. La estabilidad, que un día fue el orgullo del viejo continente, es cosa del pasado.
La guerra -todavía no me atrevo a decir mundial- comenzó en Grecia. La grieta más grande fruto del terremoto capitalista está allí, sin embargo, hay serios indicios que se extenderá a toda la zona del Euro.
Lo que Dominique Strauss-Kahn, el ahora ilustre reo en cárceles estadounidenses por un supuesto delito sexual, planteó cuando era Presidente del Fondo Monetario Internacional, sustituir el dólar por una moneda fuerte lo cual le costó a través de una genial conspiración su encierro, su destitución de tan importante puesto y, obvio, su entierro de la política francesa a cuya cabeza de los socialistas era un digno sucesor de Sarkozy, la ficha gringa. Este puede respirar tranquilo.
Otro personaje que planteaba un mecanismo similar para sustituir al moribundo dólar de la economía mundial, el coronel Muammar Gaddafi, fue preso también de otra gran conspiración, solo que ésta de carácter guerrerista internacional en complicidad con los infames miembros del Consejo Nacional de Traidores –CNT– asentados en Bengazi, al occidente de Libia; bombardeado su país con claras intenciones de asesinarlo a él y a su familia y apropiarse entonces, sin su conducción, de los más insignes recursos de su patria como son el petróleo ligero que poseen sus mantos y su agua que mana generosa de sus capas freáticas que en gran cantidad reposan bajo su desierto. La segunda víctima de la venganza de los soberanos que hacen grandes tranzas con la moneda verde.
El Cairo amaneció el 29 de junio en efervescencia popular; la gente no confía más en los militares que sustituyeron a Mubarak a los cuales les endilgan haber traicionado su revolución al pactar con europeos y gringos la imposición de un plan similar al que quieren aplicar en Grecia. Asimismo, por dar la espalda al legado de Gammal Abdel Nasser y dejar abandonados a sus hermanos palestinos. Para los egipcios, nadie murió en la plaza Tahrir para estar peor que antes y menos seguir subyugados a los ex colonialistas.
El Euro se cae a pedazos y Alemania la locomotora de la zona no quiere que eso suceda por eso necesita que los pueblos de éste y del otro lado del Mediterráneo, paguen incluso con sus vidas su sostenibilidad que no es más que la de los reyes mundiales.
Si la onda sísmica se traslada a través de las fallas financieras, no por erróneas, sino por marrulleras de parte de los dueños del mundo y sus burócratas especializados en cuyas trazas neoliberales han esquilmado a los trabajadores, hacia América, Estados Unidos que está en la cuerda floja del default (el impago de su deuda externa) será sacudido por un fuerte terremoto grado 9 o quizá un poco más. Su plana productiva, que había sido ya superada con creces por potencias emergentes se paralizará; el escaso estado de bienestar del cual gozan aún el grueso de sus trabajadores sería borrado de un plumazo y el nivel de vida de la mayoría de sus habitantes caería al mínimo y con ello el consumo que es la variable que pone a funcionar su economía.
Estaremos presenciando el comienzo del fin del capitalismo en su última fase. Claro, que esto no será como eufemísticamente nos tratan de engañar los ignaros y los románticos, que al final vienen siendo lo mismo, de borrón y cuenta nueva, sino de, gradualmente frecuentes e insoportables, dolores de parto. Una larga travesía por el infierno. La guerra imperialista se desatará como consecuencia del fracaso de su sistema. ¡Que ya estamos en ella! Por supuesto, pero no en la magnitud de la que se avecina.
En su locura y desesperación el Imperio atacaría a las naciones cuya riqueza energética les represente un poco más de tiempo de vida y, por supuesto, a sus acreedores quienes no se quedarían de brazos cruzados ante esa agresión.
La tercera guerra mundial se desataría y sus consecuencias probables serían que la especie humana desapareciera o, henchida de lo que hoy carece, humanidad, venza a la bestia y aniquilándola de una vez por todas, reconstruya el planeta bajo nuevos parámetros de convivencia donde el respeto y la tolerancia prevalezcan.
Que hay mucha escatología en ello. ¡Claro! Pero acaso no es lo que se está perfilando a través de los hechos actuales. Acaso, no son las potencias dominantes las que impregnadas de fanatismo religioso imprimen ese carácter místico a sus masacres y asesinatos. Las huestes hitlerianas estaban empapadas de ese carácter subjetivo y casi lograron cambiar la historia si hubieran ganado. Ese es el mayor temor que prive la locura y el fanatismo como coraza que cubra sus mezquindades sobre la razón y la prudencia.
Aún desconocemos de lo que son capaces las potencias por hacer prevalecer los intereses de sus oligarquías.
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