Canarias, 28 de septiembre de 2011 | Opinión | Xavier Aparici Gisbert (*)
Empieza oficialmente la precampaña para las elecciones generales del próximo 20 de Noviembre. La casi totalidad de las organizaciones políticas que desean concurrir a las mismas, por no tener representación institucional en la legislatura que termina, se ven obligadas por la nueva reforma de la ley electoral, a afanarse en conseguir entre los y las ciudadanas electores, apoyos y firmas hasta llegar al porcentaje que ahora se exige en este Estado para poder participar en elecciones, supuestamente, “libres y democráticas”. Por ello, quienes creamos que la democracia se funda en el reconocimiento del pluralismo y en la igualdad de oportunidades de su expresión social, también estamos de precampaña, llamados a facilitar la participación de alguna de las opciones que lo precisen, aunque no vaya a ser nuestra elección política.
Mientras, los partidos políticos que han tenido cargos electos en el periodo que concluye, libres de ese requisito, inician sus estrategias mediáticas. El PSOE y el PP, en particular, vuelven a repetir su esperpéntica escenificación de la política democrática centrándose en provocar la adhesión emocional, acrítica y revanchista de la ciudadanía; en reducir el debate de ideas y estrategias a un “culebrón” de dimes y diretes y de “tú más que yo”. Y también volverán a procurar que el resto de las opciones políticas -muy inferiores en recursos, pero igual de legítimas- no entren en el “baile a dos” a que pretenden reducir las multiplicidad de las visiones de gobierno en liza, información que convendría que conociera la ciudadanía soberana para ejercer su elección con pleno conocimiento. Nada de eso: los actos públicos, la información general y la propaganda mediática estarán copados, por los de siempre, los cuales, repetirán el cambalache de pretender ser los más centrados de la izquierda y de la derecha y los únicos que saben lo que hay que hacer, aunque la reiterada experiencia de sus prácticas de gobierno lo niegue.
Así las cosas, el asunto de a quién votar resulta harto difícil. Pero no imposible. Por ejemplo, empezando por a quién no votar, quienes creamos que la ley que obliga a recoger el apoyo de los y las electores a unos sí y a otros no, es contraria a la ética democrática, con averiguar qué partidos la aprobaron ya tenemos un criterio. Quienes, creamos que el bipartidismo es contraproducente para la Democracia, ya tenemos otro. Quienes creamos que la reciente reforma de la Constitución es contraria a nuestro Estado social o que, en todo caso, se debería haber realizado una consulta de ratificación popular, pues ya podemos descontar a quienes la han votado y a quienes no han apoyado la iniciativa parlamentaria de pedir el referéndum ciudadano.
Pero, sobre todo, quienes nos consideramos demócratas, deberemos votar. Decidir, olvidándonos del voto “de castigo” y del voto “útil”. Simplemente, no dando nuestro apoyo a quién -según el criterio de cada uno- no se lo merezca y apoyando a quién -al parecer de cada cual- pudiera representar a la ciudadanía en la Administración de nuestro Estado social y democrático de Derecho. Habrá que moverse del sillón, apagar la televisión y buscar donde nos podamos informar de las distintas alternativas en competencia. Y quien, después de eso, crea que lo que debe hacer es votar “en blanco” o votar “nulo”, para mostrar así su apoyo al sistema y su desinterés por la concurrencia, pues que lo haga.
Pero hay que participar, hay que pronunciarse, aunque nos dirán que votar así no sirve para nada. Es mentira: sirve para ejercer de demócrata. Lo otro es dar nuestro apoyo como lo hacen casi todos los políticos que nos gobiernan, por pura conveniencia. Y esto no va de elegir entre los que mandan, sino del interés general; ni de “hacer bulto”, más bien, de “una persona, un voto”. En fin, de democracia, aunque sea representativa.
(*) Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.
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