Agüimes, 01 de noviembre de 2011 | Opinión | Antonio Morales Méndez (*)
Friedman o Keynes, ajustes o expansión, recortes o estímulos… Se trata de un viejo debate,manido acaso, pero de singular trascendencia para nuestro futuro, que abre brechas en el capitalismo actual y que condiciona las alternativas a tomar para salir de la peligrosa y dolorosa crisis en la que nos ha metido un neoliberalismo sin freno. Aunque de vez en cuando se nos lancen mensajes que pretenden decirnos lo contrario como cuando se habla, sin que se plasme luego en la realidad, de gravar a los bancos (Durao Barroso) o humanizar al capitalismo (Sarkozy), frente a la posición del neoliberalismo más enconado, al que Europa no ha dudado abrazar, aparecen voces rotundas y solventes que nos plantean un camino distinto que habla fundamentalmente de control
a los especuladores y de inversión pública.
Hace apenas un par de semanas EEUU y Europa nos mostraban las dos caras de la moneda: a principios de septiembre Obama ponía en marcha un plan -apoyado por el FMI- para generar empleo y crecimiento mediante una inyección de 325.000 millones de euros y le hacía llegar al Viejo Continente la necesidad de aumentar el gasto público para salir de esta situación de estancamiento, al tiempo que acusaba a los responsables europeos de “no ser lo rápidos que deberían”. Como dice Carlos Fuentes, “lo que hace es recordar la lista de tareas que, en el mundo globalizado, le corresponde cumplir al Gobierno. Comunicaciones. Escuelas. Administración Pública”. Nuestros ministros de economía se reunieron de inmediato para mostrar el más absoluto de los rechazos a las propuestas norteamericanas y, es más, al momento el presidente del Eurogrupo Jean-Claude Juncker afirmó que no aceptaba lecciones de Washington, Elena Salgado señaló que “EEUU también tuvo en vilo al mundo este verano” y Merkel que “la idea de estimular la economía asumiendo aún más deuda es errónea”.
Con contundencia Europa rechazaba la llamada al gasto público estadounidense y reclamaba de sus socios la austeridad más absoluta, reafirmándose en la apuesta de París y Berlín de suspender las ayudas a los países que no bajen su déficit. Y la realidad es que no se han cortado un pelo insistiendo en potenciar sus políticas neoliberales aún a costa del aumento del paro, la pobreza y la exclusión social de millones de ciudadanos. Así hemos visto como en los últimos días los dirigentes europeos vuelven a achantarse y aprueban un plan de recapitalización para la banca de 100.000 millones mientras exigen “mayores esfuerzos” a Italia y España que ve también como, en esos días, Estándar & Poor’s y Fitch bajan la nota a la banca española en bloque, que JP Morgan denuncia que el gobierno de Zapatero incumple el ajuste del déficit público y que Goldman Sachs le insiste en tomar “medidas” y en que debe hacer una aportación del Estado a la banca española de 58.000 millones de euros en el 2012. Y para más recochineo, en la madrugada de este jueves pasado los líderes europeos deciden insistir en más ajustes, más recortes y más restricciones: aparece mucho dinero, muchísimo, para salvar el sistema financiero pero no para incentivar la economía y la inversión pública.
Claro que no todo el mundo lo ve igual. Que no todo el mundo acepta el sometimiento a los
mercados de los poderes públicos. La ONU ha afirmado en su último informe anual que la economía
mundial se dirige al “desastre” si los gobiernos persisten en aplicar políticas de ajuste; Felipe González no ha dudado en dar la razón a Obama y en criticar la “obsesión por el ajuste fiscal”; David Taguas, que fue asesor de Zapatero y hoy es presidente de la patronal SEOPAN ha señalado que la reducción de la inversión bajará el PIB y destruirá 72.000 empleos; para Ignacio Ramonet “la austeridad conduce a una asfixia total de la economía”; según J. Stiglitz “hacen falta sólidos programas de gasto público y una reforma del sistema financiero internacional”. “Sin crecimiento económico es imposible devolver las deudas y las políticas de reducción del déficit público equivalen a condenar a sus economías a cinco o diez años de estancamiento”.
Afirma que “tanto gobernantes como votantes nos daremos cuenta de ello, ¿pero cuánto sufrimiento deberemos soportar hasta que eso ocurra?”; el Nobel de Economía 2007 Eric Maskin asegura que “al recortar gastos, España hace justo lo contrario de lo debido y tendrá un profundo efecto en el empleo público. Derivará en un crecimiento menor, con un importante efecto en los ciudadanos”; para Paul Krugman “no es buen momento para la austeridad fiscal. Lo responsable es gastar ahora y pensar en ahorrar más tarde”. “Con un paro masivo deberíamos estar reconstruyendo nuestras escuelas, carreteras, redes de distribución de aguas y demás y medidas agresivas para reducir la deuda familiar mediante la condonación y la refinanciación de las hipotecas, reducir drásticamente el gasto cuando uno se enfrenta a un paro elevado es un error”; Dean Barker, director del Center for Economic and Policy Research cree que si los gobiernos “incrementaran los gastos en infraestructuras, pagara a los jóvenes por limpiar sus vecindarios, diera a los gobiernos locales fondos para mantener empleos y animara a los empresarios a acortar horas de trabajo en lugar de despedir a los trabajadores, podría llevar de nuevo la economía al pleno empleo”; para Miren Etxezarreta, catedrática emérita de Economía “los ajustes exigidos asfixian la economía: disminuyen los salarios, aumenta el paro y se reduce el gasto público”, y podría seguir citando a prestigiosos economistas, pero la lista se haría interminable…
Pero todas estas teorías no son nuevas. Franklin D. Roosevelt llegó a la presidencia de EEUU
en 1933, en plena gran depresión, con más de un 25% de parados, paralización de los créditos
bancarios, cierres de empresas, etc, y en vez de arredrarse y adoptar las políticas europeas actuales, creó instrumentos de control de los bancos para frenar la especulación financiera, medidas antioligopolio, separación de las prácticas productivas y financieras… y, frente a la política actual europea de rescate de los bancos con dinero público y para crear empleo, ideó el New Deal (“prefiero rescatar a los que producen alimentos que a los que producen miseria”) que inundó el país de grandes obras de infraestructuras (escuelas, hospitales, carreteras, presas, centrales hidroeléctricas, etc). Ha sido el único presidente estadounidense reelegido en cuatro ocasiones.
Durante los tres últimos años el Gobierno no ha parado de hacer recortes sociales de todo tipo siguiendo los mandatos de Europa y de los mercados. Los resultados están a la vista: más paro y más pobreza. Las cifras son apabullantes: casi cinco millones de parados (en Canarias casi un 30% de la población activa y el 52% de jóvenes); más de dos millones de parados de larga duración; ya son más de un millón las personas que viven a expensas de los Servicios Sociales porque no reciben ninguna prestación económica; más de un 20% de la población está por debajo del umbral de la pobreza; en Canarias 3 de cada 4 familias (el 74,6% de los ciudadanos) se encuentran en riesgo de exclusión; el 42,5% llega a fin de mes con dificultades; un 19,4% tiene una calidad de vida muy baja y recibe algún tipo de ayuda; un 12,7% padece pobreza severa y un 32,5% no está integrado en la sociedad, según la Encuesta de Condiciones de Vida y Redesscan. ¿No debe ser entonces el empleo lo prioritario? ¿No es necesario potenciar un nuevo modelo productivo frente a los recortes y los ajustes paralizantes?
No estamos hablando solamente de una crisis de los mercados, de una depresión financiera.
La realidad es que asistimos a una auténtica crisis de la democracia. Estamos siendo testigos de
cómo el neoliberalismo se está haciendo con el poder del mundo, de cómo los políticos neoliberales y los mercados neoliberales se están dando la mano para poner de rodillas a la democracia y a lo público. Y de paso a la ciudadanía. Y lo peor es que alimentan a un monstruo que se les puede ir de las manos. A la historia me remito.
(*)Alcalde de Agüimes
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