Canarias, 14 de noviembre de 2011 | Opinión | Xavier Aparici Gisbert (*)
“La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo, la propiedad del estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado.” Esta reflexión política, aún resultando de plena vigencia en la actualidad, no es reciente: fue realizada en 1938 por Franklin Delano Roosevelt, presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945.
Roosevelt perteneció a la generación que tuvo que afrontar el Crack de 1929, el estallido bursátil del capitalismo “liberal” que provocó el hundimiento económico en Norteamérica y en buena parte de los países ricos de la época. Para salir de la inmensa ruina provocada por la primera gran crisis financiera del mundo moderno, este dirigente gubernamental optó por orientar las políticas públicas a la preeminencia de lo estatal en la economía, a la asistencia social, a la creación de empleo masivo y al control de la concentración financiera y empresarial, siendo sus gobiernos pioneros en procurar condiciones generales de bienestar a la población trabajadora estadounidense.
No obstante, su pretensión de definir como fascismo a la usurpación de la democracia por parte de intereses privados es válida solo como acepción genérica, no como descripción histórica. En ese contexto valorativo, resulta adecuado considerar, asimismo, que la dictadura neoliberal de los mercados es también fascista, es decir, es un autoritarismo antidemocrático al servicio de intereses privados, aunque, esta vez, la escala sea planetaria ¿De qué otra manera se puede definir la situación política actual en que la Comisión Europea y el conjunto de organizaciones políticas, económicas, bancarias y comerciales internacionales se imponen a gobiernos democráticos y constitucionales de Estados soberanos?
Los dirigentes del órgano rector de la Unión Europea, del Grupo de los 20, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de la Organización Mundial del Comercio no están legitimados democráticamente pues no son elegidos en elecciones libres y directas por la ciudadanía de los países a los que representan. Estas entidades tampoco tienen fines democráticos, pues no son sus prioridades el bienestar del conjunto de la ciudadanía en su ámbito de influencia. Y en las últimas décadas se han ido coordinando de forma taimada hasta conformar un frente –pretendidamente todopoderoso- de imposición de las ideologías políticas y los intereses económicos propicios a las élites de poder internacionales, redes sociales privilegiadas que con sus enormes parcelas de poder fáctico pugnan -a la vista está- por objetivos profundamente clasistas y antisociales.
Tras los escaparates mediáticos y más allá de la propaganda y la retórica, el Neoliberalismo no tiene nada de nuevo, solo es el remoce amplificado y actualizado del liberalismo reaccionario: todo el poder de opresión social y toda la capacidad de explotación laboral al servicio del nudo dominio y del enriquecimiento materialista de los más ricos sobre el conjunto de sus semejantes en naturaleza y dignidad. Nada de democracia sustancial; nada de solidaridad económica; nada de proveer para el conjunto de los seres humanos, ni de prever la sostenibilidad en el futuro.
Hoy como nunca la cuestión es democracia auténtica o fascismo reeditado, solidaridad o barbarie.
La dignidad viene de la ciudadanía de a pié, que quiere vivir y dejar vivir, que está dispuesta a compartir los esfuerzos y los frutos; la brutalidad viene de los de arriba en la pirámide de poder, que pretenden mandar sin tino y poseer sin mesura. Como siempre.
(*) Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.
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