Según se desprendía del informe que ha dado a conocer el Parlamento Europeo, uno de cada tres jóvenes de entre 18 y 24 años ha dejado sus estudios.
Madrid, 20 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Clemente Ferrer (*)
La situación es cada vez más dramática. Desde el año 2000, el porcentaje de jóvenes que han abandonado sus estudios ha crecido un 7,2%, siendo Finlandia, Suecia, Noruega y España los países que han agravado su fracaso escolar.
Con un 43,6% de desempleo juvenil, éste es uno de los colectivos más castigados por la actual coyuntura económica. Una de las causas principales del fracaso escolar es la falta de motivación a la hora de afrontar unos estudios. Muchos de los jóvenes carecen de ilusión mientras están en el colegio, y cuando ya están matriculados en la universidad, no tienen claro por qué han elegido esa carrera.
Por lo tanto, el niño desde el momento de su concepción, goza de toda la dignidad de la persona humana. Esa criatura tiene el derecho a la vida y a la educación. Guiar y desarrollar el intelecto son el fundamento de la tarea educativa de los progenitores.
Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos ya que existe una continuidad entre la transmisión de la vida humana y la responsabilidad educadora. La familia tiene el deber de educar a la prole ya que es esencial y primario frente a otros educadores y es insustituible, no puede ser delegado.
El fin de la misión educativa de los progenitores no puede ser otro que enseñar a amar a sus hijos. El amor es el alma de la educación. La meta y el motor interno de la educación es el amor de los padres hacia sus propios hijos.
La educación de los descendientes es una proyección del amor conyugal. No se puede olvidar que todos los educadores son siempre colaboradores de los padres. Los padres deben educar a sus hijos en y para la libertad.
La misión educativa de los padres trata de contagiar el amor a la verdad que es la clave de la libertad. Por lo tanto la educación bien lograda es una formación para el uso correcto de la libertad.
Los padres deben dar un testimonio del valor de la vida, encarnado en una existencia concreta. Cuando los hijos son mayores, no hay nada que agradezcan más que una educación libre y responsable. La educación de los hijos es el mejor negocio que pueden llevar a cabo los padres, es el negocio de su propia felicidad.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se declara que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. Son los progenitores y no el Estado los titulares del derecho a la formación de sus hijos.
(*) Presidente del Instituto Europeo de Marketing
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