Agüimes, 21 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Antonio Morales Méndez (*)
Desde hace unos años para acá los ataques a la democracia y a los derechos ciudadanistas no dejan
de recrudecerse. La “extremadamente agresiva”, según Luís de Guindos, reforma laboral del PP de la
semana pasada no ha hecho sino ahondar en la fragilidad de los trabajadores. Lejos de facilitar el acceso
de los hombres y mujeres de este país al mundo del trabajo, las medidas adoptadas por el Gobierno y el
Parlamento español profundizan en la precariedad, la desazón y el miedo. A los recortes sociales,
laborales y del Estado del bienestar se han sumado de una tacada el abaratamiento del despido
improcedente, el allanamiento del despido libre, la anulación del sindicalismo, la inseguridad de los
asalariados y la explotación de los jóvenes a cambio de migajas retributivas. Y aún les parece poco a los
mercados, sus agencias y sus cómplices.
El intenso ataque del capitalismo, el neoliberalismo -o como lo queramos llamar- a la democracia en
el Viejo Continente no cesa. La claudicación de la mayoría de los políticos y los gobiernos y el sacrificio
al que se somete a la ciudadanía parece no tener fin. El desprecio de los ciudadanos hacia la política, las
instituciones públicas y a esta democracia cada vez adquiere tintes más preocupantes y toma muchas
veces forma de tecnocracia, populismo, extrema derecha, absentismo o indiferentismo cómplice.
Para el día 19 de este mes los sindicatos españoles mayoritarios han organizado manifestaciones en
toda España llamando a la participación ciudadana en la calle para expresar el rechazo a las medidas
adoptadas. El 23 la Federación Sindical Mundial (FSM) ha convocado en distintos lugares del planeta
(también en Las Palmas de Gran Canaria, de la mano de sindicatos de base y otras organizaciones) una
concentración-manifestación en defensa de los servicios públicos. Para el 29 los sindicatos europeos bajo
el lema “por el empleo y la justicia social”, y dentro de una jornada de acción europea convocada por la
Confederación Europea de Sindicatos, también, han llamado a la movilización como muestra de
oposición a las políticas de austeridad “socialmente injustas”, los ajustes presupuestarios y los recortes
sociales que solo han conseguido aumentar la pobreza y las desigualdades sociales. Sé que no son
precisamente los sindicatos mayoritarios españoles los llamados a transformar la realidad. La verdad es
que han frustrado muchas veces a sus bases y a los trabajadores. Pero aunque algunas de estas
convocatorias la hagan asustados y dudando sobre su éxito, no podemos dejar pasar cada ocasión que se
presente para mostrar nuestro rechazo a lo que está sucediendo.
Se hace necesario ahora más que nunca que se venzan todos los miedos y se despierten todas las
esperanzas para que las voces de millones de personas no renuncien a defender en la calle, en los trabajos
y en las instituciones públicas los espacios de libertad alcanzados tras cruentas guerras mundiales o
dolorosas dictaduras. Es el momento de la acción para hacer oír las reivindicaciones de ciudadanos libres
que se rebelan contra el sometimiento de la democracia y de lo público y contra las campañas masivas de
desmovilización social y de desprestigio de lo colectivo a las que nos encontramos sometidos. Es el
momento de combatir el gas letal de la indiferencia, que según Chéjov “equivale a una parálisis del alma,
a una muerte prematura”.
Josep Ramoneda piensa que la indiferencia es probablemente una manera equivocada de reducir el
riesgo y que tiene tres componentes: la contraria a la naturaleza del hombre según Aristóteles que es la
apolítica, “la indiferencia como alejamiento de la política y abandono de las responsabilidades”; la
indiferencia con los demás, “la sensación de que vivo en un espacio aislado, propio, a lo sumo de un
entorno reducido, y los otros, como más diferentes y alejados me parecen, más hostiles me resultan” y
finalmente “la indiferencia como una jerarquización: todo es igual, todo vale lo mismo, todo tiene la
misma significación, da lo mismo un atentado con 40 muertos que un reality show”.
Para Baltasar Garzón, otra de las víctimas del involucionismo reinante, “alguien ha dicho que nos ha
tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia. Vergüenza por el abandono de los
principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un
capitalismo rampante; mediocridad porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política y
económica; y renuncia, porque todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y
propiciando esta situación”.
Pero realmente todas estas opiniones sobre la indiferencia son solamente una excusa para llegar a
donde realmente quería: para compartir con ustedes un bello texto de Antonio Gramsci (Odio a los
indiferentes) que figura en una recopilación de sus escritos editada recientemente por Ariel con el mismo
título. Redactadas en 1917, cuando apenas tenía 26 años, las palabras de Gramsci mantienen toda su
vigencia: “Odio a los indiferentes. Creo, como Friedrich Hebbel, que “vivir significa tomar partido” (…)
Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es
parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. (…) La indiferencia es el peso muerto
de la historia. (…) Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino
porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego
sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta podrá derogar, deja subir al
poder a los hombres que luego solo un motín podrá derrocar. La fatalidad que parece dominar la historia
no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran a
la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la
masa ignora, porque no se preocupa. (…) Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen
obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera
tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? (…) Odio a los indiferentes
porque también me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo
ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo
por lo que no ha hecho. Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo que malgastar mi compasión, que
no tengo que compartir con ellos mis lágrimas. (…) Vivo, soy partisano. Por eso odio a los que no toman
partido, por eso odio a los indiferentes”.
Sin duda unas palabras muy duras para un momento muy duro, pero que no dejan de tener sentido
en tiempos como los que vivimos. En cualquier caso, como dejó escrito André Gide: “El mundo será
salvado, si puede serlo, solo por los insumisos”.
(*)Alcalde de Agüimes
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