Antonio Morales Méndez, Alcalde de Agüimes |
Ha sido un verano intenso. Caliente. De temperaturas abrasadoras a la “sombra” de un cambio climático que se las trae al pairo a una gran mayoría social, económica y política. De fuegos causados por criminales y gestionados por irresponsables que cometen negligencias y se lanzan públicamente acusaciones cruzadas ante el estupor de la ciudadanía y el aumento de su descrédito. De cocinas ardientes que preparan un guiso de otoño con terribles recortes económicos, sociales y de derechos como ingredientes. De anuncios de rescates a cambio de libertades y soberanía. De peleas entre ministros, con las eternas servidumbres a las grandes eléctricas siempre detrás. De incertidumbres sobre si un importante sector de la población (al final, según ellos, unos gandules que no quieren trabajar) iba a poder seguir percibiendo unos míseros 400 euros que les ayuden a subsistir (les llevó meses tomar la decisión de consignar quinientos millones a este tema y sin embargo no les tembló el pulso al destinar cien mil millones para salvar a la banca). De ninguneo, otro año más, a las víctimas del accidente del aeropuerto de Barajas que siguen clamando en el desierto justicia y el cumplimiento de las garantías necesarias para la seguridad aérea, que se siguen saltando a la torera compañías como Ryanair a cambio de bajos precios y altas ganancias. De la vuelta de una Ángela Merkel más imperialista que nunca sometiendo a Europa y demostrando su poder al mundo decidiendo ella sola sobre el BCE y el euro. De círculos empresariales cada vez más peperos y cada vez más ultraliberales, que reclaman airadamente que se disminuya lo público hasta el infinito, como si la veda que siempre tuvieron abierta no tuviera nada que ver con la situación que ahora estamos viviendo. De asaltos a supermercados por un sindicato andaluz liderado por el alcalde de Marinaleda y diputado de Andalucía Juan Manuel Sánchez Gordillo…
De todas estas cosas y más que han sucedido en el pasado mes de agosto se podrían escribir muchos artículos y seguro que habrá que desandar el camino para ocuparse de ello, pero ahora quiero compartir con ustedes algunas reflexiones al hilo de este último asunto de los robos de los carros de la compra.
La acción del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) cayó como una bomba. Le puso los pelos de punta al sistema. Las élites políticas y económicas se asustaron. Creyeron que había empezado la revolución de las lechugas y yogures y pusieron el aparato mediático en marcha para anularla. Se sucedieron entonces día tras día llamadas a la intervención de la policía y de la fiscalía y acusaciones en tropel de delitos, asaltos a la propiedad privada y acoso a los sacrosantos inversores… Y estoy de acuerdo en que esta no es la forma de hacer las cosas, en que se atenta contra la legalidad vigente, sin duda. Y no me parece además que la confrontación social sea el método para salir de la situación en la que nos encontramos. Pero del mismo modo creo que se consiguió centrar la atención sobre la penosa situación de millones de ciudadanos sometidos a una pobreza severa. Se removieron conciencias y se habló incluso del eximente del hurto famélico, “que no era el caso”, ante situaciones de necesidad de alimentar o vestir a una familia. Pero ¿acaso solo es delito eso y no hundir las cajas de ahorros hasta hacerlas desaparecer para ponerlas en manos de los grandes bancos? ¿No es delito engañar y robar los ahorros de miles de ciudadanos con las dichosas preferentes al amparo de un político protegido (un rato) y de un banco que ahora rescatamos todos con nuestro dinero? ¿No es delito que los lobbies eléctricos se pongan de acuerdo para sablearnos con el recibo de la luz y al final terminen pagando pequeñas sanciones por esas operaciones fraudulentas?¿Es menos delito reconocer que los programas electorales no valen porque son otros los que mandan situando a más de doce millones de españoles en riesgo de pobreza o exclusión social, vaciando todo lo público e imponiéndonos un ultraliberalismo que nadie votó? ¿No se atenta contra la legalidad permitiendo la fuga de capitales y amnistiando a los evasores de impuestos? ¿No es delito un sistema hipotecario que te hace perder tu vivienda y además seguir pagándola de por vida? ¿No es delito hacer soportar la crisis, la deuda, el déficit o lo que sea sobre los más desprotegidos? ¿No es delito favorecer el empobrecimiento de muchísima gente y el enriquecimiento de unos pocos propiciando enormes brechas sociales? ¿Se endeuda a un país hasta la quiebra -con unos intereses usureros- para pagar la deuda privada, sobre todo la de los grandes bancos y no es delito? ¿Se empobrece a la sociedad calculadamente, se derriba el Estado de bienestar, los derechos laborales y sociales y no es delito? ¿Se reduce la educación y la investigación a la mínima expresión y se debilita la sanidad pública provocando la exclusión y el riesgo para la salud de miles de ciudadanos y no es delito? ¿Se demuele un Estado, se secuestran las instituciones y la voluntad popular y no es delito? ¿No se produce un atraco cada viernes a los hombres y mujeres de este país sin que se reclame la actuación del imperio de la ley y el respeto a los derechos fundamentales por los mismos medios que dedicaron portadas y editoriales a los asaltos a los mercadonas y carrefoures de turno? ¿Qué dice nuestro sistema judicial de todo esto? ¿Se subvierte la ley con un robo en un supermercado y no con todos los hechos que he relatado?
El presidente Rajoy reconoce que la realidad (los mercados) es la que gobierna y eso le impide desarrollar su programa. Los partidos políticos mayoritarios no saben dar respuestas, no ofrecen alternativas. La derecha y la socialdemocracia juegan al mismo monopoly. La democracia hace aguas. La política y los políticos se han convertido en un problema serio para los españoles. Las instituciones se van diluyendo en un mar de recortes, rescates y cuestionamientos. La ciudadanía está desconcertada, asustada y cabreada y no podemos descartar del todo que un estallido social termine primando a los causantes de la situación y allanando el camino a movimientos populistas (por la esquina gallega de la península ya empieza a aparecer la cabecita de Mario Conde)…
Es verdad: asaltar supermercados es un delito y no es una solución. Pero desde luego la alternativa no puede ser la aceptación sumisa de los hechos. He citado en otras ocasiones a André Gide firmando que “el mundo será salvado, si puede serlo, sólo por los insumisos”. Todorov nos acaba de advertir de que únicamente “nos salvará la toma individual de conciencia, la salvación no puede partir de fuera sino de nosotros mismos”. No hacer dejación de participar en la política, salir a manifestarse a la calle de manera pacífica. Romper el miedo, el pesimismo y la inacción. Exigir un referéndum para que la voluntad popular sustituya a la de unos partidos políticos cautivos y a un Gobierno sometido, propiciar nuevas alternativas políticas progresistas y democráticas, son muchas de las acciones de rebeldía ciudadanista a las que no podemos renunciar. La democracia no se puede hacer realidad solo con el voto. La sociedad civil no puede renunciar a la participación activa para quedarse en el cabreo y el rechazo permanentes. El Estado de derecho no puede ser un bien graciable. O eso o el sometimiento. O seguir pendientes de los telediarios a ver si descubrimos la causa de la tristeza del pobre Cristiano Ronaldo.
Como dice Miquel Martí i Pol para “Hoy Mismo” pongámonos / de pie otra vez y que se oiga / la voz de todos solemne y claramente. / Gritemos quién somos y que todos lo oigamos. / Y al acabar, que cada uno se vista / como buenamente le apetezca, y ¡adelante! / que todo está por hacer y todo es posible.
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